Extraído del libro «El arte de educar para ser»
Muchas veces explico que ser un buen coach tiene más relación con “ser” que con “saber hacer”. Quiero con esto decir que las técnicas, herramientas y demás habilidades que un coach puede utilizar son muy útiles, pero lo más importante es la actitud interna, el ser.
La mejor forma de escuchar es tener auténtica curiosidad y la mejor forma de preguntar es desde la duda real.
Para ser un buen coach es imprescindible aceptar al otro como legítimo otro.
Un niño de 6 años tiene toda la experiencia que ha sido capaz de recoger en su vida. Conoce todo el mundo que conoce y no conoce lo que no sabe que existe. Piensa que está al tanto de las reglas del juego y de cómo funciona el mundo. No sabe que hay emociones que no ha identificado aún o qué es la universidad.
Con 10 años, las niñas (o niños) son amigos, no son novias potenciales. Con 4 años, el color de la piel del otro puede ser diferente y curioso, pero no determina su valía. Si quiere un balón lo coge, no existe la propiedad del otro. Y todo esto sucede porque tiene que ser así. Todo es evidente y quien no lo entiende, está equivocado.
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Incluso en la edad en que los niños preguntan insistentemente, lo hacen sobre lo que saben que no conocen. Y lo que ya conocen lo dan por bueno. Estoy convencido de que si en una casa todos los objetos verdes quemaran, el niño crecería “sabiendo” que el color verde quema.
Esta capacidad del ser humano para considerar que su experiencia es la fuente de la sabiduría perdura durante los años. Lo que yo he vivido dicta lo que yo sé y lo que sé está sustentado por lo vivido, por lo tanto, es correcto.
Esto es una realidad universal ya tengas 1 año o 70. Si el otro piensa de forma diferente es porque no ha vivido lo que yo y, por lo tanto, se equivoca.
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Cuando aceptemos que, piense lo que piense el otro, está totalmente justificado que así sea, podremos aceptar al otro como legítimo otro.
Entonces podremos desarrollar esa curiosidad para indagar sobre qué hace que él piense así y desde la curiosidad ayudarle a descubrirlo. Porque uno suele estar ciego ante sí mismo, como veremos en capítulos posteriores.
Como coach, esta es una de mis principales habilidades y es, lamentablemente, algo muy escaso en el mundo. Acepto al otro como una persona con emociones, sentimientos y pensamientos legítimos basados en una experiencia y unas conclusiones en las que merece la pena indagar para aprender de ellas. Personalmente, deseo curiosear sin sentirme agredido y así él mismo escucha cosas que antes no había dicho y descubre sus propios motivos.
En las conversaciones de coaching con adultos, hay momentos en que la otra persona confía suficiente para verbalizar algo que lo avergüenza. Si en ese momento no recibe un juicio sino una aceptación del coach, que reconoce que todo es coherente, se sentirá querido y autorizado para ahondar sobre qué está sucediendo.
Me parece muy triste que esto no exista en las relaciones habituales. Nos avergonzamos de algunas cosas que sentimos o queremos. Negamos emociones y tratamos de motivarnos con cosas que nunca nos interesaron de verdad. Nos traumatizamos por no conseguir metas que realmente no queremos y nos sentimos culpables por tener intereses fuera de lo que dicta el entorno.
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Estemos hablando de un niño que quiere chocolate o de un adulto que vota a un partido político distinto del tuyo, todos hacen y sienten exactamente lo mismo que harías y sentirías tú si fueras ellos.
Aceptar esto de corazón es la forma de ser que te permitirá aplicar el saber hacer de un buen coach.