Extraído del libro «El arte de educar para ser«

Como hemos visto anteriormente, la forma en que miramos las cosas puede ser parte del problema que estamos viendo. Un ejemplo de esto lo tenemos cuando nos comunicamos con otras personas y les aplicamos una etiqueta previa que hace que nuestra visión esté predispuesta a ver lo que estamos viendo. También he expuesto la idea de que no somos lo que hacemos, es decir, que las personas no son su comportamiento o sus resultados.

A estas dos distinciones quiero añadir ahora otra que es que toda conducta tiene un punto positivo o una intención bondadosa. Puede resultar complicado, pero es interesante el ejercicio de buscar lo bueno de una acción que no nos gusta. Animo a que esta búsqueda se haga por dos vías distintas, una sería el cambio de contexto y otra el motivo profundo.

El cambio de contexto lo utilizaremos para imaginar en qué situación la conducta que estamos viendo y no nos agrada sería útil o apropiada. Ya sea con un niño que no se quiere acostar o con un jefe que impone su criterio con vehemencia, en ambos casos podemos encontrar la situación en la que esa actitud de rebeldía o firmeza tienen cabida según nuestro punto de vista. Se me ocurre que los padres de un niño que suele resistirse cuando es hora de dormir, agradecerán saber que su hijo no es sumiso y que se resistiría si un desconocido lo intentara convencer para hacer algo en contra de su voluntad. Puede ser también interesante pensar que en una situación de emergencia, la forma de decidida de comunicarse que tiene nuestro jefe podría ser la más óptima para encontrar soluciones rápidas.

También podemos buscar una visión más profunda de la conducta que desaprobamos, algo que responda a la pregunta de para qué realmente está haciendo nuestro hijo o nuestro jefe esto que no nos gusta. Qué hay de su ser en esta actitud. En el caso del niño puede haber una necesidad de autoafirmación y en el caso de nuestro jefe un fuerte compromiso con el trabajo bien hecho. No se trata de aceptar que la conducta sea válida en términos absolutos sino de encontrar un posible sentido bienintencionado, aunque la forma de llevarlo a cabo no nos guste. Tampoco se trata de hacer un diagnóstico psicoanalítico sino de confirmar que hay más interpretaciones posibles, manteniendo nuestra hipótesis en el lado de la posibilidad y no de la certeza.

Con estos métodos podemos cambiar la visión que tenemos de lo que está sucediendo, seremos un observador más rico en detalles. Insisto (e insistiré) en que no se trata de forzar un cambio de opinión que puede ser artificial, sino de aceptar que, en mayor o menor medida, hay más formas de ver lo que estamos viendo y por tanto abrir posibilidades.

Si somos capaces de ver una utilidad y un motivo legítimo en un comportamiento que nos altera, nos resultará más sencillo separar a la persona de sus actos y desde ahí, comunicarnos de forma más efectiva. En el caso de los padres, esto servirá para ayudar a rectificar la conducta sin dañar al ser. En el caso de nuestro jefe, será útil para apaciguar nuestra inquietud interna.

Por ejemplo, si tenemos que manejar la situación de que nuestro hijo ha protagonizado un suceso violento en el patio del colegio, podemos tomar conciencia de que esa es una conducta que puede resultar útil cuando tenga que defender legítimamente su seguridad en un momento futuro. También es posible que tenga un buen motivo para haber reaccionado de ese modo, aunque la reacción no sea la apropiada. Visto así, podremos mantener una conversación con él sin que él sea el problema. Podremos indagar sobre qué provocó esa acción, cuáles de sus motivos nos parecen válidos (dependiendo de los valores que queramos transmitirle) y buscar con él una forma de lograr esos objetivos de forma diferente

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *