Si nos consiguiéramos expresar de forma limpia, todos nos escucharíamos mejor. La comunicación limpia es aquella que no contamina el mensaje con nuestra propia opinión (o juicios).
Una persona puede sentir la necesidad de defenderse ante una opinión, pero la exposición de un hecho es irrefutable y no es agresiva. El problema aparece cuando confundimos unos y otros.
En mi caso particular y hablando de un caso real, diré que después de estar buscando información en una página web, he llegado a la conclusión de que es una página complicada y muy poco amigable.
Decir que “la página es poco amigable” es una opinión y la persona que recibe este mensaje puede no estar de acuerdo, por lo que puede sentir la necesidad de rechazar tal idea. Estamos transformando una opinión en un hecho. Expresamos nuestra opinión como si fuera una realidad y eso puede hacer que la otra persona sienta la necesidad de rechazarlo, porque no es su realidad.
Si en vez de eso decimos “Creo que la página es poco amigable” o «“Yo pienso que la web es poco amigable” también estamos exponiendo una opinión, pero de otra manera. En estos casos, el hecho es que tengo una opinión y desde ese punto de vista la expreso. Lo incuestionable de ese mensaje es que tengo una opinión y esa opinión es que la web me parece poco amigable. La otra persona puede recibir el mensaje y aceptarlo como bueno, puede admitir que yo tengo una opinión, otra cosa es que la comparta. Aunque las cosas no siempre son así, ya que (dependiendo de las personas y la relación entre ellas) es muy común que se interprete la opinión como un tipo de imposición. Esto suele estar muy relacionado con la historia previa entre estas dos personas. Por ahora lo dejaremos en que este segundo caso es menos intrusivo en la realidad del oyente, luego mejoraremos el método.
En esa misma línea, al decir “El rojo es más bonito que el azul” comunicamos una opinión transformada en hecho, define una realidad con la que alguien puede no estar de acuerdo. Damos por definitivo el hecho de que el rojo es más bonito que el azul. Sin embargo, al decir “El rojo me parece más bonito que el azul” la afirmación no define la realidad del otro que puede pensar al contrario y ambas opiniones pueden convivir en la misma realidad.
Lo primero afecta al mundo de quien lo escucha, lo segundo, no. Si quien está escuchando piensa que el azul es más bonito, le resultará más fácil aceptar la segunda frase que la primera.
En los primeros ejemplos, convertimos una opinión en algo que define la realidad. Las afirmaciones son: la web es incómoda y el rojo es más bonito.
En los segundos ejemplos, después de limpiar un poco el mensaje, la realidad que compartimos es que tenemos una opinión y luego la expresamos, como opinión. Las afirmaciones son: tengo una opinión y es esta …
Lo primero puede ser inexacto para el oyente, lo segundo no. Limpiar de nuestra opinión los mensajes, ayuda a que la comunicación sea más fluida. Y aunque estos ejemplos ya suponen un paso importante, podemos ir mucho más allá.
En el caso de la página poco amigable, podríamos cambiar un poco más el mensaje diciendo lo que realmente ha sucedido, sin valorarlo: “Me ha costado mucho encontrar la información en esa página” es una descripción de los hechos menos subjetiva (aunque no totalmente limpia por la presencia de “mucho”).
La clave para limpiar aún más el mensaje está en cambiar el sujeto. Si hablamos de nosotros y de lo que nos pasa es más probable que el mensaje sea puro. Así pues, “La página es incómoda de usar” expresa nuestra opinión sobre la página y si fuera cierto, debería ser incómoda para todos. Sin embargo, “A mí me cuesta usarla” expresa lo que nos sucede con la página. Lo primero afecta a la realidad del interlocutor, lo segundo no. Lo primero puede requerir un posicionamiento personal, lo segundo no.
Aquí tenemos otros ejemplos del mismo concepto: “Disfruto más del color rojo que del azul”, “Si tengo que elegir entre rojo y azul, suelo elegir el rojo” o “He hablado con tres personas y a todos nos cuesta usar la página”
La pureza en el lenguaje es algo complicado de conseguir, exige mucha atención y práctica para que fluya con naturalidad. Como el acto de conducir, requiere muchas horas de esfuerzo para conseguir hacerlo sin pensar.
Hay un ejercicio interesante para ver la calidad de nuestros mensajes que consiste en preguntarnos ¿Quién podría no estar de acuerdo con lo que digo? o ¿Puedo demostrar sin género de dudas lo que estoy afirmando? ¿Tendría sentido añadir un «o no» a mi afirmación?
Te invito a que respondas a esa pregunta en estos casos:
Ejemplo 1: Está lloviendo.
Ejemplo 2: El mar es azul.
Ejemplo 3: Hay mucho ruido en la calle.
Para mí, la respuesta en todos estos casos es que son opiniones y no hechos.
Aunque el primero no es exactamente una opinión, si resulta un juicio discutible y por lo tanto no está totalmente limpio de subjetividad.
¿Te animas a opinar?
Si el oyente tiene una inteligencia media, entenderá que cuando decimos «el rojo es más bonito que el azul» estamos expresando nuestra opinión, no afirmando algo con rotundidad. En general casi todo depende de la realidad del que mira, es decir, casi todo es una opinión, solo que socialmente hay opiniones muy comunes y generalizadas.
Tanto es así, que muchas cosas que consideramos «hechos» son realmente opiniones aceptadas por la comunidad en que vivimos.
Yo pienso que el lenguaje es inexacto y, por lo tanto, lo que digamos o escribamos va a ser inexacto también. Las palabras no bastan, siendo el mejor medio de expresarse, o el menos malo. Nuestra capacidad de expresarnos también es limitada. Es muy difícil expresar plenamente lo queremos decir, de hecho, bastantes veces acabas trasmitiendo algo distinto a lo que pretendías. Es la dificultad de la comunicación.