Las personas nacemos sin conocer. No tenemos idea de dónde estamos y, mucho menos, cuáles son las reglas del juego.

Desde que comenzamos a percibir a través de nuestros sentidos, recogemos información de todo lo que nos rodea para saber a qué atenernos. Conocer las reglas del juego es vital para poder desenvolvernos en la vida.

Saber que el fuego quema es necesario para no quemarse, mientras no lo sepas, no te mostrarás precavido.

Piensa en un juego o deporte que conozcas. ¿Podrías practicarlo sin conocer las normas? Puede que sí, pero los resultados no serán los deseados.

La vida es un juego que se aprende sobre la marcha. Ya estás jugando al mismo tiempo que aprendes. Descubres que te puedes caer cuando te has caído, descubres lo qué es el dolor cuando algo te duele por primera vez. Descubres que el tobogán es divertido cuando te tiras.

Los padres transmiten a los hijos las reglas del juego que consideran que los hijos deben conocer aunque no las hayan experimentado. La comunicación permite a los mayores transmitir conocimiento a las personas que están aprendiendo a vivir. Algo tan sencillo como decir “Si sigues jugando en los escalones, te vas a caer” es un acto de enseñanza. El padre o la madre tratan de que el niño aprenda sin necesidad de caerse y hacerse daño. Tratan de hacer que la persona adquiera un conocimiento sin tener que vivirlo.

La base de todo el conocimiento social, cultural y científico es esta: la transmisión del saber adquirido y recopilado por otros. No hemos necesitado salir al espacio exterior para saber que la tierra es una esfera, ni hemos necesitado acercarnos al sol para saber que es una estrella ardiente. Casi todo lo que sabemos, lo sabemos porque nos lo ha contado alguien en cuyo criterio confiamos. Aunque sea un libro. Damos validez a la información porque la consideramos fiable y aceptamos el aprendizaje.

Para que este aprendizaje se produzca, deben darse ciertas circunstancias, una de ellas es que el receptor del mensaje confíe en la validez del mismo. Cuántas veces nos ha pasado que hemos creído (o no) lo que alguien nos dice, por el hecho de conocer y confiar (o no) en la persona que nos lo dice o en su criterio.

Cuando comenzamos a trabajar en un nuevo puesto de trabajo, es normal que alguien nos explique las reglas del juego en ese puesto. Quién es quién, cómo se hacen las cosas, cuáles son las normas y costumbres. Si esa persona nos da repetidas veces información válida, le creeremos cuando nos diga algo nuevo. Pero si esa persona nos ha ido dando información más o menos correcta, a veces cierta y a veces no. Algunas veces certera y otras veces inexacta, es muy posible que cuando nos cuente algo nuevo, dudemos de su veracidad.

En el primer caso, si nos dice que nos han asignado una nueva plaza de aparcamiento, al día siguiente iremos directamente a ese lugar a aparcar. En el segundo caso, si alguien que nos ha estado dando información a veces buena y a veces no, nos comenta que tenemos una nueva plaza, como mucho nos hará dudar y nos informaremos. Aunque también sería muy normal hacer como que esa información no nos ha llegado, esperando que, de ser cierto, nos llegue por algún cauce oficial.

Esa persona de quien no nos fiamos puede ser un gran amigo. Puede tener la mejor de las intenciones, pero si nos ha estado dando información no contrastada (para tratar de ayudarnos), y no siempre acertada, cuando nos diga que tenemos una nueva plaza asignada y aunque nos fiemos (en lo personal) de él, no le daremos validez al mensaje.

En la vida sucede lo mismo. A un bebé le sucede lo mismo. Las personas que están aprendiendo las normas del juego durante la propia partida deben decidir si la información que reciben es válida y aprenden a valorar la información dependiendo del interlocutor.

A veces, el interlocutor tienen muy buenas intenciones, pero su información no es fiable.

Y esto sucede constantemente. No tenemos más que ir a un parque y escuchar aquello de “Si no dejas de saltar en el charco, nos vamos a casa”. Si la criatura inocente, que está encantada con su charco y no maneja muy bien el concepto del futuro, sigue saltando, lo más probable es que el padre o la madre se levanten y lo hagan salir del lugar, pero no creo que se lo lleven a casa.

La cuestión es que la situación, vista desde el punto de vista del padre o la madre, tiene todo el sentido. Saben que saltar en el charco es malo porque ensucia, puede hacer que el niño se resfríe, supone más trabajo en casa (y más motivos en los que por ahora no quiero entrar), etc. Entonces, con la sana intención de hacer que el niño deje de mojarse (por el bien de éste) decide lanzar una amenaza que lo haga reaccionar. Algo que asegure que va a dejar de saltar. Su arma más poderosa en ese momento: “Si no dejas de saltar en el charco, nos vamos a casa”. Viendo que la criatura no ceja en su empeño, decide actuar de verdad y sacarlo del agua. Pero no hace falta llevárselo a casa. No es necesario ser tan drástico. Así que lo aparta del charco y lo manda a los columpios.

Considero que lo más relevante aquí es ¿Qué está aprendiendo el niño? Ha descubierto que no existe una coherencia entre el aviso del padre o la madre y lo que ha sucedido. En cierta forma, se puede decir que quien le está explicando las normas del juego, le explicado una norma que él mismo no ha cumplido.

Esto, que puede parecer poco importante, sería lo mismo que si el padre le dice al niño que cuando en el parchís te comes una ficha, tienes derecho a avanzar 20 posiciones. Y luego, jugando una partida, al comerse una ficha, decide que mejor sólo avanza 10 posiciones. En este contexto ¿Cuántas casillas va a avanzar la próxima vez? ¿Cuáles son las reglas del juego? ¿Qué fiabilidad tiene la información que le llega de esta persona?

Como concepto general y muy habitual, me pregunto: ¿Qué ocurre cuando los padres amenazan a los hijos con grandes males (que realmente nunca sucederán) si no cambian su conducta y estos no reaccionan? Podríamos decir que la persona que está aprendiendo las normas del juego, observará que las consecuencias no se corresponden con la amenaza. Que la profecía no se cumplió. La información no era fiable.

Y esto, lamentablemente, sucede una y otra vez en la vida de las personas. En lo bueno y en lo malo. Ya de adultos, las personas aprenden a diferenciar cuándo el mensaje es fiable y cuándo no. Reconocen la amenaza vacía y la promesa sin compromiso. Y la mentira. Las personas descubren que lo que oyen no tiene por qué ser cierto y aprenden a aplicar el factor de probabilidad.

En el caso del nuevo puesto de trabajo, aprendemos quién transmite información fiable y quién no. Esa confianza no hace referencia, por lo tanto, a la buena intención de la persona sino a la validez de la información. No se trata por lo tanto de si confías en la persona como alguien que quiere tu bien o no, sino si confías en que la información que trasmite sea de calidad y por lo tanto, te crees lo que te dice.

Si juntamos todo esto, tenemos que los padres pueden convertirse en esa personas que nos quieren y que queremos, pero cuya información no resulta del todo fiable.

Las personas (todas) suelen olvidar este pequeño (y crítico) detalle. En el caso del niño del parque y el charco ¿Qué resulta más importante? ¿Que el niño deje el charco o que mantenga la confianza en la información que le reportan sus padres?

Durante muchos años (y por tanto, muchísimos momentos), esa persona va a recibir mensajes de sus padres que, con toda su buena intención, le dirán que si no aprueba no se irán de vacaciones (y se irán, aunque le pongan deberes para el verano), le dirán que si se porta bien podrá elegir su regalo de cumpleaños (pero ese no, que es muy caro), que si salta ahí se va a caer (y no siempre sucede), etc…

Después de muchos años, los padres mirarán al hijo y le dirán: “Te dejo las llaves del coche, pero ten cuidado, que acabas de sacarte el carnet y la carretera es peligrosa”.

¿Qué nivel de fiabilidad quieren los padres que ese mensaje tenga para el hijo?

Indistintamente de las normas, castigos, premios, recompensas, valores, ética y moral que los padres quieran inculcar a los hijos, si no se convierten en un canal fiable de información, sea lo que sea lo que le digan a la persona que está creciendo, ésta le dará validez a lo que escuchan según su experiencia les dicte.

Tiene mucha más fuerza un mensaje corto, recibido desde la confianza que uno abrumador recibido desde la desconfianza.

Por poner un nuevo ejemplo, diré que si escucho del centro de meteorología que hoy va a llover y al mismo tiempo, veo a un señor en la calle diciendo que el fin del mundo será mañana. No sé tú, pero yo cogeré el paraguas y haré planes para el fin de semana.

Creo que es tremendamente importante cuidar los pequeños detalles cuando se convive con una persona que está aprendiendo las reglas del juego. Cada pequeña interacción es importante.

“Tómate el jarabe, que no está tan malo.” (Tiene buena intención, pero mina la confianza).

“Si no os calláis nos vamos del restaurante.” (Jamás vi a alguien cumplir esto).

“Si te portas bien, iremos a Disneliandia este verano.”

“Ponte la chaqueta o te vas a resfriar.” (Dicen que el abrigo es aquello que se ponen los hijos cuando las madres tienen frío).

“Seguro que sale bien.” (Este tiene para mí un significado especial que espero desarrollar en otro momento).

“Estamos un rato y nos vamos.” (Cuando sabemos que la visita va a ser larga)

El día está lleno de momentos en los que los padres pueden demostrar a los hijos que lo que dicen es fiable. Es responsabilidad de los padres aprovechar estas oportunidades.

No se trata de ser infalibles, sino de incrementar ese porcentaje de acierto. Cada afirmación debe ser medida de forma que sea lo más acertada posible. Sobre todo en lo referente a lo que los padres pueden controlar, es decir, promesas, compromisos, castigos y premios.

Que un padre diga que va a llover y no llueva (se equivocó la predicción del informativo) puede no ser bueno, pero que diga que si no llueve irán al parque y no lo cumpla, es muy distinto. En el segundo caso se puede cuestionar la confianza en la persona y no sólo en su información.

Antes de hacer una afirmación, los padres deberían pensar ¿Es cierto esto que voy a decir? A veces se trata sólo de ajustar ligeramente el mensaje, cambiar el “Si sigues saltando ahí, te vas a caer” por “Jugar ahí es peligroso, podrías caerte”.

Sé veraz siempre para ser creíble en los momentos críticos.

Y sobre todo, muy importante, cumple las promesas, aunque duela.

Promete sólo aquello que estés dispuesto a cumplir y si prometes por equivocación, sopesa el daño en la relación antes de incumplir lo prometido. Incluso las pequeñas promesas (castigos, premios o compromisos) son importantes, porque son poco relevantes, pero suelen ser muchas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *