Estamos educando niños que no sabrán vivir felices. Estamos ayudando a generar zombis de 30 años. Voy a intentar decirlo un poco más claro:
Estamos condenando a nuestros hijos a la infelicidad.
El aprendizaje natural
Desde el principio de la humanidad y en todo el reino animal, los padres (y madres) enseñan a los niños a defenderse en el mundo. Los cachorros se pelean y aprenden a cazar jugando. Los pájaros miran cómo sus padres vuelan y se lanzan al vacío.
Los hijos aprenden de los padres y esto funciona, casi siempre.
Esto funciona porque los hijos viven el mismo mundo que los padres, la misma realidad. Los leones de hace 10 años cazaban en el mismo contexto que sus padres y sus abuelos. Los mosquitos viven en la misma charca y son devorados por los mismos pájaros.
El modelo se basa en que los padres muestran a los hijos cómo actuar y los hijos lo aprenden.
Pero esto no funciona cuando se producen cambios en el contexto. Cuando los hijos tienen que desenvolverse en un terreno diferente.
De nada sirve que un cangrejo sepa cómo migrar cada año, si se encuentra con una carretera que antes no estaba allí. Resulta mortal intentar cruzar por donde pasan los coches, siguiendo las pautas aprendidas durante siglos, como si nada hubiera cambiado.
Durante cientos de años, los padres humanos han enseñado a los hijos a defenderse en el mundo y esto ha funcionado, porque el mundo al que se enfrentaban los hijos tenía normas similares. Se iban produciendo cambios, pero a un ritmo manejable.
Carlos Melero ofrece formación y asesoramiento para mejorar la relación entre adultos y jóvenes para ayudar a estos a ser dueños de sus vidas.
El aprendizaje moderno
En los últimos 100 años los cambios sociales se han producido dentro de la misma generación. Yo mismo, nací en una dictadura, crecí en una guerra fía, trabajé en la bonanza, vivo en una democracia y me enfrento a una crisis brutal. Si ahora estuviera aferrado a lo que me intentaron enseñar, sería un parado con una familia, una esposa ama de casa y un título universitario buscando a alguien que me diera un trabajo.
Las personas que ahora están en la tercera edad enseñaron a sus hijos que la comida es el mayor de los dones. El trabajo y el esfuerzo eran la clave de la supervivencia. Sin embargo, sus hijos vivieron en un mundo en el que no faltaba la comida y el esfuerzo no es valorado más que el ingenio o el talento. Lo importante era la educación y la formación. Ahora, los chavales se encuentran con que ya apenas se valoran los estudios universitarios porque todo el mundo los tiene, ya no son una diferencia.
Hace 100 años, había que ganarse el jornal sudando, luego hubo que estudiar para encontrar trabajo, ahora hay que ser emprendedor.
En las últimas cuatro generaciones, muchos de los valores que los padres han inculcado a sus hijos han sido un obstáculo y no una ayuda a su desarrollo.
Expresiones como “En pleno siglo XXI” lo dicen todo. Cuántas veces hemos escuchado a alguien quejarse de una opinión retrógrada o trasnochada. Formar familia con 25 años es ahora una locura. Tener 4 hijos es una excepción. Hay decenas de ejemplos en los que despreciamos una opinión inadecuada y sólo necesitamos decir que es antigua para estar todos de acuerdo. “¡En pleno siglo XXI!”. Porque las doctrinas de hace 20 años ya no sirven. Y sin embargo, seguimos pensando que memorizar es la clave. Aprender la teoría conocida es la llave del éxito. Una cosa es que sea importante y otra es que sea lo único necesario.
En muchas cosas somos conscientes de que lo que antes se enseñaba ahora no tiene utilidad, pero no nos damos cuenta de que lo que inculcamos ahora es posible que tampoco valga en el futuro. Los aprendizajes éticos, morales y teóricos de ahora pueden quedar trasnochados en el futuro, pero seguimos ahí… erre que erre… queriendo que se marquen como dogmas de fe y se conviertan en incuestionables.
El coaching educativo puede ser la clave para que los profesores ayuden a los alumnos a mantener la evolución de su pensamiento.
Aprendizaje y adaptación
El mundo cambia tan rápido que enseñar lo que ya se sabe no es tan útil como pensamos. Que los niños aprendan lo que los padres conocen es poco práctico si no está acompañado de una capacidad de pensamiento propio y adaptación.
Nos resulta gracioso que los niños manejen los ordenadores mejor que los padres que, a su vez, programaban los vídeos que los abuelos no sabían manejar. Es una situación divertida que no nos abre los ojos.
Y así un ejemplo tras otro.
Sin embargo, seguimos empeñados en que lo único importante en la educación es conseguir que los niños se comporten como los padres quieren. Padres y educadores están convencidos de que la educación es hacer que los niños crezcan actuando como los adultos creen que quieren, cuando muchas veces ni ellos mismos están de acuerdo con esa conducta y cumplen las normas a su pesar (cuando las cumplen, porque a veces actúan de una forma y predican otra diferente).
Pocos son los casos en los que los adultos piden a los niños que piensen por sí mismos y esto será lo que les permitirá convertirse en personas responsables de sus vidas. No es sólo cuestión de saber sino de saber aplicar.
No me estoy refiriendo a grandes temas filosóficos o de valores. Algo tan simple como desenvolverse en el transporte público de la ciudad se puede aprovechar para que los chavales piensen por sí mismos. Todo aprendizaje debería venir de la mano de una reflexión previa.
El coaching para adolescentes ayuda a las personas a desarrollar su propio modelo de pensamiento útil. Ayuda a relajar la actitud y mejora su relación con el mundo.
Educar en el hacer y en el pensar
Pero tranquilos papa y mamá, no estoy diciendo que permitas que tus hijos decidan y actúen como quieran. Sólo estoy animando a que les permitas pensar un poco por su cuenta. Claro que la educación en valores y en conducta es importante, pero no es incompatible con el fomento del pensamiento propio.
Conozco a muchas personas que están viviendo la decepción de no comprender el mundo porque éste no funciona como les habían dicho. Personas que descubren que casarse y tener hijos no les ha proporcionado la felicidad, que el trabajo no les ha dado la seguridad prometida, que el esfuerzo no trae la consecución de las metas, el príncipe azul nunca llega, la honradez no trae la plenitud, los estudios no siempre atraen al trabajo. ¿Y ahora qué? La mayoría de los adultos que conozco, en mayor o menor medida, no saben jugar al juego de la vida porque las normas que conocen ya no sirven.
Y entonces, en su expresión más exagerada, aparecen los fanatismos. Esas personas que defienden sus ideas sin entrar en razones, sin querer ni saber justificarlas. Insisten en que las cosas son como deben ser ¡Y PUNTO! Ni ellos mismos conocen los motivos, y tratar de ahondar en ello es peligroso, porque cuestiona su esencia. Gente que quiere imponer su criterio sin admitir debate. Personas que no son responsables ni de su propia opinión y, sin embargo, están ciegas ante sí mismas. Lamento decir que todos, en algún momento, hemos dejado salir esta faceta nuestra y creo que, en cierta forma y en cierta medida, es necesario para no volvernos locos. Pienso que un exceso de esta situación es síntoma de esclavitud a los principios inculcados. Pero de esto ya hablaré en otro momento… tal vez compartiendo un café informal.
¿Te imaginas a una mujer joven pero educada hace 60 años, desenvolviéndose en el mundo actual? Seguramente le suceda lo que a los chavales de ahora que han participado en el informe PISA. Que no pueden reaccionar porque no saben pensar en situaciones desconocidas, nadie les enseña a dudar de lo que creen que conocen y a descubrir las normas de cada instante. Cuando las cosas no son como deberían ser, o reinventas las normas o te extingues, como los cangrejos.
Educar el ser y el hacer
A veces me encuentro situaciones en las que los padres siguen empeñados en embutir conductas a sus hijos sobre “como haría yo esto” y están creando una generación de zombies que intentarán vivir el futuro con las normas del pasado.
Cuando me escuchan decir algo así, los padres me dicen “no puedo permitir que mi hijo haga lo que quiera” y yo repaso mi discurso buscando cuándo he dicho eso, pero no lo encuentro.
¿A qué tienen miedo los padres? Puedes formar a tu hijo para que se comporte de cierta forma y al mismo tiempo ayudarle a pensar por sí mismo de vez en cuando. ¡NO ES INCOMPATIBLE!
Por ejemplo, se puede motivar, premiar o castigar a tus hijos para que estudien y eso no es incompatible con que, al preguntarles la lección, cuando reciten lo que han memorizado, preguntarles “¿Qué has entendido tú?”
No conozco el motivo de por qué esto resulta complicado, y me inquieta mucho, porque tengo algunas sospechas que compartiré en otro momento, con otro café.
Ayudar a los niños a pensar no requiere un gran esfuerzo, ni sofisticadas técnicas. Es una cuestión más de ser que de hacer. Es tan sencillo como interesarse por lo que ellos están interpretando sobre las cosas que nos cuentan. Se trata de averiguar qué significa para ellos una pelea con una amiga, un día de colegio, un desengaño, un primer beso. Y luego que recojan la habitación “porque debe estar ordenada”, lo uno no quita a lo otro.
Es cuestión de ayudarles a descubrir qué está significando el mundo para ellos y alejarnos de qué está significando para nosotros lo que nos están contando, porque no es nuestra vida, es la suya.
Está bien que los niños sepan y aprendan cosas pero se nos está olvidando permitirles pensar y eso marcará la diferencia en su vida cuando sean adultos.
Una reflexión final
He impartido algunas conferencias explicando estos conceptos y en todas los padres y madres han participado comprometidos con el desarrollo personal de sus hijos. Quieren comunicarse con ellos, escucharlos, hablar y potenciar su desarrollo. Pero en el momento de las preguntas, siempre hay un tema recurrente. Siempre alguien pregunta algo como «Entonces… ¿Cómo hago para que mi hija haga lo que le pido?». En ese momento mi alma baja los brazos, emite un suspiro y se sienta en una silla imaginaria pensando que nada tiene sentido y estoy luchando contra molinos de viento. Es la compresión por quien hace la pregunta, la aceptación de su buena fe lo que me hace responder y, en cierta forma, comenzar de nuevo explicando que yo no enseño a los padres a conseguir que sus hijos se comporten como los unos creen que los otros deberían comportarse. Tampoco estoy en contra de ello. Mi trabajo es enseñar a los padres a sacar el potenciar de los niños, a ayudarlos a ser adultos responsables de sus vidas, a ser personas libres de traumas y ataduras inconscientes. Ayudo a que la próxima generación, sea cual sea el mundo que les toque vivir, sepan mirarlo y valorar lo que van a hacer. Enseño a los padres a que sus hijos sean conscientes de las opciones reales y puedan decidir desde su razonamiento.
La Escuela de Coaching para Padres no está diseñada para que los padres controlen a sus hijos, sino para que los hijos sean de adultos dueños de sus vidas.
Entre pelea y pelea por estudiar, recoger la ropa, la forma de vestir y limpiar el baño, se puede potenciar la capacidad de pensamiento de los niños y adolescentes.
Uno de mis sueños es que, en algún momento, mi hijo agradezca haber tenido un padre que le enseñó a pensar. Si esa es también tu ilusión, recibe un abrazo virtual de complicidad, cariño y esperanza compartida. Si, además, quieres actuar. Contacta conmigo y veremos cómo llevar estas ideas al colegio de tus hijos: carlos.melero@coachingrealista.com. 630250608