Ay… la intuición. Las musas, la emancipación del conocimiento de sus ataduras conscientes. Ese “algo” que hace que aparezcan en nuestra mente lo que tenemos oculto en el baúl del conocimiento.

Qué no daríamos por el interruptor del “Eureka” o por hacer caer la manzana que nos permita acceder a la genialidad.  ¿Acaso la manzana habló a Newton y le explicó la teoría de la gravedad?

No me imagino a Mozart aplicando el proceso ideal de composición con tres años de edad. Lo veo más bien plasmando en papel notas que a él mismo le sorprenderían. No son pocos los autores y artistas que comentan que el arte brota de su pensamiento sin control y que son lectores de lo que ellos mismos escriben.

¿Está esta capacidad de acceso al super-conocimiento limitada a los genios?

Volviendo al mundo terrenal del resto de mortales, a los que como tú y como yo nos limitados a ir por la vida mirando aquello que se nos ponga delante hasta que una reacción instintiva nos sorprende a nosotros mismos porque reaccionamos a algo antes si quiera de haberlo visto. Esto puede salvarte la vida.

¿Cuánta información gestionamos y almacenamos sin saberlo?

¿Por qué te gusta el chocolate? Puedes ver un reportaje en televisión que explica como las sustancias químicas que contiene satisfacen ciertas necesidades en el cerebro, pero a ti te gustaba antes de ver el reportaje. ¿Cuántas cosas sabe tu cuerpo y no te ha dicho?

En el mundo de los humanos conscientes se da la situación en que una persona te gusta más que otra y al describirlas puedes hacerlo del mismo modo. ¿Qué hace que prefieras a una frente a otra? ¿Qué sabe tu mente que no te cuenta?

Tenemos un superordenador que almacena un montón de información, de datos. Muchas de las cosas que oímos y vemos no las hacemos conscientes, pero las conocemos. Puedes entrar en una habitación y notar que algo no está bien pero nos sabes qué. Puedes encontrarte con una persona y verlo diferente, pero no podrías decir por qué. ¿Un corte de pelo tal vez? Si sabes que hay algo distinto es porque una parte de ti conoce la diferencia.

Algo tan sencillo como mirar a alguien a la cara y saber que está triste. ¿Podrías describir con palabras qué es lo que tengo que identificar en un rostro para saber que está triste? Seguramente no, pero lo sabes.

A veces, tu conciencia quiere saber cosas que tu superordenador conoce pero no te cuenta. Se reserva la información.

A veces nos llegan ráfagas de conocimiento, algo nos hace pensar que las cosas son de una forma o de otra. Tenemos una intuición. M Pero a veces la intuición se equivoca y entonces dejamos de hacerle caso. La mayoría de las veces la intuición se muestra como un toque de atención, una especie de luz que indica que “algo” está pasando. Algo ha cambiado. La cuestión es ¿Qué? Entonces interpretamos. “Te has cortado el pelo”. Pero puede que no sea eso, puede ser que se haya afeitado la perilla o que se haya depilado las cejas.

¿Se ha equivocado nuestra intuición? Depende de dónde consideremos que termina la intuición y donde comienza la interpretación.

Si entras en una habitación a oscuras y durante una fracción de segundo, como hiciera la intuición, la luz se enciende para apagarse inmediatamente. Podrías entonces describir lo que has visto. Y si te equivocas no habrá sido por la intuición (la luz) sino por tu interpretación de lo que has visto.

A veces no recordamos ciertas cosas hasta que algo (una imagen, un comentario, un olor) nos transporta por unos instantes, tal vez al pueblo donde veraneábamos cuando teníamos seis años. Todo eso esta en alguna parte de nuestra mente, pero necesita una llave para aparecer.

Hay mucha información a la que no tenemos acceso. Y a veces se filtra algo.  La filtración es real, la interpretación no tiene por qué serlo.

En coaching tenemos que hacer caso de nuestras intuiciones, pero no aferrarnos a la interpretación.

“Parece que ahí hay algo importante, ¿Te parece bien que miremos a ver qué es?”

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