Cuando fui consultor y trabajé como experto en tecnología, participé en algunos proyectos de gestión de riesgos, planes de contingencia y recuperación ante desastres. Este tipo de proyectos los contrataban las empresas para que alguien con experiencia les dijera todo lo que podría salir mal en sus sistemas informáticos.

Este proceso de identificación de riesgos no era inútil, ni se utilizaba para incrementar el miedo. Todo lo contrario, se usaban para buscar tranquilidad.

El proceso consiste en identificar todas las cosas que pueden salir mal y ante cada una, buscar la manera de evitar el riesgo, reducirlo, reducir las consecuencias, delegarlo y/o aceptarlo y, en todos los casos, monitorizarlo. Estoy escribiendo de memoria, así que igual me dejo algo en el tintero, pero no es muy relevante ahora mismo.

Esto puede parecer que no tenga mucho sentido aquí, pero tiene todo el sentido. Porque los planes de gestión de riesgos de las grandes empresas tienen mucho en común con la gestión del miedo en las personas.

Evitar el riesgo significa hacer algo para que ese peligro deje de existir. Se trataría de acciones correctoras que, en el caso de las empresas, pueden incluir quitar los servidores de un sitio potencialmente peligroso o, en el caso de las personas, cambiar una actitud que puede generar problemas concretos.

Cuando el riesgo no se puede evitar o no se quiere evitar por el coste que supondría hacerlo, la siguiente opción es reducirlo. Se trata de actuar (de nuevo, actuar) para hacer que las probabilidades de que aquello que nos preocupa, suceda, sean menores. En este caso, mejorar las condiciones eléctricas de un centro de proceso de datos para reducir las posibilidades de incendio, sería algo parecido a enviar un correo electrónico después de cada conversación con el jefe para confirmar que hemos entendido lo mismo y estamos de acuerdo en las acciones a realizar.

Asumiendo que el riesgo pueda suceder, también podemos reducir las consecuencias. Es decir, tomar alguna decisión y actuar (¡anda!… otra vez actuar) para que, si lo que nos preocupa llegara a suceder, sus consecuencias fueran menores. Una empresa puede diversificar las ubicaciones de sus sistemas centrales y una persona puede buscar una alternativa más económica a las vacaciones, por si las notas de los hijos no acompañan y necesitan contratar un profesor. O una persona que acepta un puesto fuera de su país, podría tener una lista de cosas que hacer allí, si ve que le puede la nostalgia.

Delegar el riesgo puede significar varias cosas, en cualquier caso se resume en que si aquello llegara a suceder, sería otro quien correría con las consecuencias. Es tan común como contratar un seguro de hogar o buscar quien nos resuelva un problema. Se trata de darle el problema a otro que esté dispuesto a aceptarlo a cambio de algo o como favor. Es una opción siempre interesante para una conversación porque puede crear nuevas opciones. Se trata de delegar tareas, pedir favores, contratar servicios, etc.

En la empresa, el concepto de monitorizarlo quiere decir crear los medios para que alguien pueda revisar la situación del riesgo periódicamente. Se crea una lista de riesgos y se describe la forma en que podemos averiguar las probabilidades de que suceda, las posibles consecuencias. En la vida cotidiana, esto se traduce en aprender estar atentos a las pistas que nos indican si el riesgo va a más o a menos.

Por último, después de todo esto, nos queda aceptar el riesgo. Una vez reducidas las probabilidades de que suceda, reducidas sus consecuencias y cuando sabemos cómo estar atentos, lo hemos hecho todo. Sólo nos queda, actuar y continuar.

Tanto si te preocupan las notas de tu hija/o como la relación con un compañero de trabajo, puedes analizar todo esto (mucho mejor si te ayuda un experto) para ver qué riesgos son los reales, cómo se pueden reducir o eliminar, cómo manejar las consecuencias y qué te puede ayudar a ver si crece o mengua el peligro.

Una de las utilidades de este proceso es el desbloqueo. Seguro que hay cosas que no te atreves a hacer por miedo a las consecuencias. Tal vez te atreverías si tuvieras una adecuada gestión de riesgos.

O si no, que se lo digan al trapecista que se molesta en poner una red. Eso le permite volar. ¿Quieres volar?

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