Estos son algunos ejemplos basados en casos reales modificados para mantener la confidencialidad del cliente.

Para esto sirve el Coaching Realista Centrado en la Persona para personas de todas las edades.

Pedro, de 17 años, quiere tomar las riendas de su vida. Quiere sentir que lo que hace, lo hace porque él quiere. Siente que hace las cosas porque se lo ordenan o porque debe hacerlas. Cumple con sus deberes y cuando no lo hace se siente culpable por ello. Lucha contra sí mismo y contra los demás y quiere encontrar paz para él y su familia. 

No quiere venir al proceso de coaching porque no quiere gastar el dinero de sus padres en esto, es una cosa que sólo le afecta a él. Piensa que no es normal y no quiere se una carga aun mayor. 

La primera sesión le sirvió para darse cuenta de cómo podía reinterpretar ciertas cosas que sucedían dentro de él y fuera, tomando conciencia de que no estaba loco, que lo que hacía era legítimo, que hay quien lo comprende y que el proceso le podía venir bien para comprenderse a si mismo.

En tres meses aprendió a encontrar las motivaciones reales, el para qué de lo que hacía. Aprendió a centrarse en sus metas y no en la ajenas, descubriendo que lo que hacía lo podía hacer para él y que había una forma de ver los «debo» como pasos intermedios para un «quiero» más motivador. 

Josefina quiere centrarse en su trabajo, está como despistada y siente que está perdiendo el tiempo. Recurre al coaching para encontrar la forma de organizarse adecuadamente.

Sabe lo que tiene que hacer y como lo tiene que hacer, pero no lo hace. O cuando lo consigue hacer, no se quita la sensación de no ser todo lo productiva que desea.

Las conversaciones de coaching le sirven para averiguar qué motivaciones hay detrás. Averiguar para qué quiere hacer su trabajo, qué le satisface personalmente. Hablando desde el SER, la persona encuentra razones para HACER.

En este caso, el coach ayuda a la persona a observar lo que siente. El cliente descubre la importancia de aprender a ver la emoción frente a la acción y para eso el coaching es una herramienta extraordinaria porque las técnicas de conversación van quitando lo material y permiten a la persona liberar lo que siente.

Durante la sesión, la persona consigue ser sincera consigo misma y descubre qué es lo que realmente siente que quiere conseguir.

Durante el proceso, la persona aprende a observar sus emociones.

Con todo esto, las acciones cobran sentido y entonces puede dar paso al trabajo metódico y analítico para dar forma a su día a día.

María es una mujer que quiere encontrar pareja y no lo consigue. Lleva mucho tiempo hablando de esto con sus amigos y piensa que es porque su forma de actuar no es la correcta. Ha decidido que si no cambia su forma de ser, nunca encontrará pareja.

Una de las conclusiones más interesantes a las que llegó durante el proceso fue que no quería cambiar y que tener pareja no era realmente una prioridad.

Es un ejemplo claro del enfrentamiento entre lo que quiero y lo que creo que quiero.

Cuando tenemos una visión equivocada de qué queremos, las acciones no encuentran el resultado esperado.

Las conversaciones de coaching buscan la sinceridad interior y esta sinceridad nos permite descubrir lo que realmente queremos.

Norberto quiere mejorar la relación con su hijo porque están siempre discutiendo. Recurre al coaching para encontrar técnicas para aplicar y que le sirvan para manejar mejor las situaciones.

Con el coach analizan las situaciones, qué ha sucedido en cada pelea y el coach ayuda a la persona a comprender qué es lo que él mismo siente y qué es lo que puede estar sintiendo y viendo su hijo.

El proceso sirve para que Norberto quite la barrera de culpa que le impide analizar los hechos. Cuando el primer sentimiento que tiene sobre sus actos es el de culpabilidad y éste absorbe toda su capacidad de análisis, no se puede avanzar hacia una solución.

La aceptación de lo que sucede es crítica para poder seguir avanzando.

En este caso, también le ofrecí técnicas de gestión del estrés y de comunicación no violenta que le fueron de utilidad. Aunque eso no es coaching, pongo mi experiencia en otras áreas a disposición del cliente por si le resultan útiles.

También resultó importante ayudar a la persona a ver las situaciones desde distintos puntos de vista y eliminando las valoraciones. Cuando analizábamos lo sucedido con los ojos de otro, mi papel era ayudarle a mantenerse fuera del bosque ya que tenía tendencia a valorar lo que sucedía y confundir sus emociones con las del observador que estaba jugando a ser.

Felipe siente que el estrés en el trabajo está afectando a su vida personal y no quiere llegar a casa con el estado de ánimo que le genera el trabajo.

El proceso sigue dos vías distintas, por una parte encuentra una forma práctica de desconectar durante el trayecto de vuelta a casa, lo que le ayuda a marcar una frontera entre los dos mundos.

Pero el gran cambio se produce cuando estudiamos la situación e la obra (su trabajo). Gracias a un proceso en el que fuimos generando confianza, Felipe fue entrando en un discurso sincero hasta que llegó un momento en que se escuchó a sí mismo diciendo un par de verdades.

Se había formado una idea equivocada de lo que pensaba que debía ser el entorno de trabajo y como no lo estaba consiguiendo, eso le producía frustración y estrés.

Podría decir que aceptar que el mundo no era de color rosa le sirvió para rebajar sus expectativas sobre el entorno de trabajo y admitir que el trabajo es el trabajo.

Pese a que no cambio nada con sus compañeros, cambió mucho su actitud interna y eso le llevó a la paz que necesitaba.

Marcos quiere ser capaz de decir lo que piensa sin ponerse nervioso. No sabe muy bien qué puede esperar del coaching, pero quiere probar.

Durante las conversaciones profundizamos en la emoción que había tras cada momento en el que no había podido expresarse y conversamos sobre ello. Con esto, Marcos obtuvo información sobre sí mismo y lo que había sucedido.

Por otra parte, identificamos acciones y momentos futuros en los que tener la oportunidad de expresar sus ideas o incluso reivindicarlas. Buscamos alternativas para expresarse.

La combinación de información de lo que sucedía, las futuras oportunidades y las nuevas opciones de expresión hicieron que poco a poco el problema dejara de existir.

Raquel puso en marcha una floristería porque era su sueño, pero ahora no le satisface. Quiere encontrar una nueva profesión o averiguar cómo hacer que la floristería vuelva a ser interesante.

Raquel quiere encontrar su vocación. Lo que está haciendo ahora mismo debería motivarle pero no lo hace. No se levanta con ganas de hacerlo, aunque fue algo que eligió ella.

Resultó relativamente sencillo encontrar esa motivación y tras un par de horas de conversación, descubrió qué pequeños cambios podía hacer en sus acciones para que su trabajo fuera motivador.

Con el objetivo cumplido, seguía sin haber empuje en su discurso. Se comportaba de forma distinta en la tienda e hizo algunos cambios, pero no había pasión en sus actos.

Decidimos seguir trabajando y repasamos otros aspectos de su vida. Así fue como encontró que la falta de motivación tenía su origen en otro sitio relacionado con la vida personal.

Las personas vivimos en distintos sistemas, ejercemos distintos roles en distintos entornos y lo que nos afecta en uno puede tener consecuencias en otro. Cuando Raquel abre la floristería no deja de ser madre, porque ella es ambas cosas y si su maternidad está afectando a su ser, esto se lo lleva a la tienda.

La falta de motivación estaba relacionada con su negocio, pero la clave era cómo ese negocio afectaba a otra faceta en su vida personal. Las conversaciones sobre lo que estaba sucediendo en ese otro entorno permitieron descubrir el punto sobre el que Raquel debía actuar.

No hablamos de grandes traumas ni grandes crisis, sólo es cuestión de averiguar, por medio de la conversación, dónde está el punto sobre el que hacer palanca para mover todo el mecanismo interno que hace que funcionemos.

Como conversador, ayudé a Raquel a encontrar los puntos débiles de su discurso y le expuse los cambios en su emoción al hablar de un entorno y de otro. Me permití inquietarla cuando hablaba de ciertos momentos del día y esto le permitió fijarse en cosas que no le estaban pareciendo importantes y que, sin embargo, resultaron ser críticas.

Y una vez vista la realidad, el problema dejó de serlo porque ya podía actuar sobre lo que no sabía que estaba siendo un problema.

A este proceso le tengo un especial cariño porque no sé qué sucedió.

Luis tiene muchas cosas que hacer y no las hace. Tiene un objetivo claro que es una necesidad y conoce algunos de los pasos que debe dar, pero no hace nada. Cuando se plantea comenzar piensa en que no sabe cuál debe ser el primero y que si comienza uno está dejando el otro y para cuando termine uno tendrá que comenzar de nuevo con el otro.

Dedicamos unas pocas conversaciones a inspeccionar la realidad. A tomar conciencia de lo que sucede, lo que siente, las opciones… hasta que un día me dice que no quiere continuar porque tiene mucho trabajo. Está haciendo todo lo que tenía pendiente y está contentísimo.

Es un ejemplo claro de cómo el coach no tiene la respuesta. Aún no sé qué sucedió, pero Luis se desbloqueó y comenzó a actuar después de que las conversaciones le permitirán ver lo que sucedía y sus intereses reales.

Después de mucho tiempo sabiendo que debía decidir, Ernesto decidió recurrir al coaching como una opción más, sin saber muy bien para qué.

Ernesto descubrió un lugar donde podía hablar con libertad y decir en voz alta lo que realmente quería sin sentirse culpable. La situación ideal no era alcanzable pero permitirse decirla ayudó a buscar la opción más parecida.

Durante el proceso modificamos el «debo hacer» en «quiero ser» y cambiamos las acciones que pensaba que estaba obligado a hacer en las actitudes desde las que quería vivirlas.

Aparentemente dejamos de lado el objetivo de la decisión y fuimos deshaciendo nudos en su vida cotidiana que de alguna forma estaban relacionados con el objetivo.

Hasta que un día tomo su decisión y he de decir que nos sorprendió a los dos.

Mi trabajo fue ayudarle a dejar de pensar en cómo resolver el gran dilema para ir dando pequeños pasos hacia su meta. Cuando se quiso dar cuenta, ya había llegado a la solución.

 

 

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