¿Alguna vez te ha pasado que discutiendo con alguien sobre un tema te ha inundado de argumentos? Una de esas discusiones en las que la otra parte da cientos de motivos por los que su exposición es correcta y aun así tus sigues sabiendo que no tiene razón.
O cuando, a la hora de tomar una decisión, apuntamos en el papel todos los beneficios y los inconvenientes y después de tener una gran lista de beneficios seguimos sin decidirnos o, al contrario, a pesar de una gran lista de inconvenientes, nos lanzamos a por ello.
Esas discusiones que tenemos con nosotros mismos sobre lo que se debe o no se debe hacer. Ese momento en el que exponemos muy claramente qué es lo correcto y por qué, y aun así seguimos dudando.
Sin embargo hay otras veces en las que sabemos que lo correcto es lo correcto y no necesitamos dar más explicaciones. Podemos tener una discusión con alguien y decirle que lo hecho es lo que había que hacer, tal vez podamos dar un motivo pero no necesitamos más.
Creo que estas situaciones se pueden explicar si diferenciamos la razón del corazón. Pese a que es algo de lo que se ha escrito mucho, con frecuencia no nos damos cuenta del conflicto. Tal vez porque ocultamos lo que realmente queremos ante nosotros mismos.
Cuando la discusión entre el corazón y la razón es clara, puede que exista un conflicto que resolver, pero el gran problema viene cuando no somos conscientes de esta discusión interna.
Si alguna vez te has visto a ti misma/o defendiendo con vehemencia y muchos argumentos una postura, tal vez deberías plantearte ¿A quién trataba de convencer? ¿Al de enfrente o a mí?
Si en alguna ocasión has visto clara cuál es la decisión correcta y aun así te ha costado tomarla (o de hecho aún sigues dudando), piensa que tal vez no estás dejando que tu corazón exponga sus razones.
Muchas veces tenemos miedo a reconocer qué es lo que realmente queremos y eso provoca que nuestro corazón, como decía antes, no pueda exponer claramente sus argumentos y por lo tanto la mente no se los puede rebatir o aceptar. En esos casos nos enfrentamos a algo que puede ser una batalla interna interminable, que si no se resuelve de forma clara y terminamos decidiendo por imposición de uno de los dos bandos, generará un conflicto duradero por haber tomado una decisión por imposición.
Curiosamente esto es algo muy parecido a lo que puede pasar en un equipo de trabajo. A veces da miedo escuchar a otros porque tenemos la sensación de que escucharlos será lo mismo que hacer lo que ellos digan. Sin embargo, es mucho más frustrante que no te dejen hablar y expresar tu opinión, que el hecho de que una vez expresada, no sirva para cambiar la opinión del de enfrente.
Lo que de verdad genera malestar es que no te dejan hablar ni compartir tus ideas.
El corazón es parte de nosotros. Lo puedes llamar motivaciones, valores, sentimientos… Negar que están ahí cuando no queremos que estén es como dejar fuera de la reunión a un miembro del equipo porque no queremos escucharlo.
He visto muchos batallas internas en personas porque se niegan a aceptar que quieren (o no quieren) algo, tal vez porque no quieren ser “ese tipo de persona”. Tal vez que se considera emocional y rechaza ser racional o al revés. O que piensa que es generosa y se niega a dejarse sentir egoísta en algún momento. Personas que rechazan por completo valores propios que van en contra de los inculcados.
Y no hace falta irse a grandes conflictos morales. Me refiero a pequeñas cosas del día a día.
Recuerdo con muchísimo cariño una sesión del taller de autoconocimiento que impartí hace unos meses en el que una persona, respondiendo al primer test sobre su objetivo, comenzó a reírse cuando descubrió que le estaba costando alcanzar aquel objetivo, porque realmente no quería conseguirlo. Al dejarse llevar sin estar alerta por un grupo de seis preguntas aparentemente inocentes que iban, poco a poco, profundizando en sus valores, llegó a la conclusión de que había estado dos años intentando conseguir algo que no quería. Esto, lejos de producirle angustia por la pérdida de tiempo, parece que le provocó desahogo ya que no pudo contener la expresión de alegría ni alguna carcajada en mitad de una sala donde se impartía el taller.
Uno de los grandes pasos en un proceso de coaching es descubrir lo que realmente nos motiva, rompiendo el modelo de empeñarnos en ser lo que queremos ser, como si pudiéramos decidir qué queremos querer.
No tengo claro si se puede cambiar la esencia de la persona, lo que sí tengo claro es que negarla y esconderla con capas y capas de racionalidad no sirve nada más que para provocar conflicto y conflicto de nosotros contra nosotros.
Una de las cosas más importantes para mí, es conseguir que las personas se den cuenta de que aceptar lo que se quiere no significa ceder a los impulsos, sólo significa reconocerlos y desde ahí, gestionarlos.
Porque las personas somos un equipo indivisible de mente y corazón condenados a aceptarse o sufrir.
Carlos, tuve el placer de asistir a ese taller al que haces referencia y también recuerdo con especial cariño ese suceso, cariño, fue algo que se quedó muy grabado en mi, quizás por la rapidez, por la espontaneidad de lo surgido, supongo que por la manera también como la persona a la que le sucedió nos lo transmitió, con esa alegría y carcajadas que finalmente fueron compartidas por el grupo entero.
Pero además de ese cariño es agradecimiento lo que me surje al recordarlo, lo recuerdo en innumerables ocasiones, porque en grupo a veces cosas que no surjen en ti, pueden ser tanto o más valiosas que las propias, y esta fue un claro ejemplo, la he utilizado muchas veces en mis propios cuestionamientos y la recuerdo cuando necesito plantearme.. ¿Es lo que quiero realmente? recordar aquello me da la oportunidad de poder hacerme esa pregunta.
Gracias a ti y… gracias a esa persona.
Sobre este párafo: «Uno de los grandes pasos en un proceso de coaching es descubrir lo que realmente nos motiva, rompiendo el modelo de empeñarnos en ser lo que queremos ser, como si pudiéramos decidir qué queremos querer.» Entiendo esa última frase si fuese algo así como… descubriendo que queremos en realidad, pero… como tu la expresas, decidir lo que queremos querer, se me escapa, eso me suena a cambiar la esencia de la persona y eso… tampoco yo lo tengo claro.
Genial esa última frase del texto.
Me alegra que te sirviera y te ayude.
La frase «como si pudiéramos decidir qué queremos querer» es sarcástica. Claro que no podemos elegir qué queremos. No podemos decidir nuestras motivaciones ni nuestros gustos. En cierta forma, podemos tratar de cambiarlos… pero «La realidad se descubre». Lo que ya es, lo podemos ver, pero no inventar.
Gracias por tus palabras.