«La Realidad Cambiante» es un compendio de relatos cortos de estilos diversos pensados para leerse de un tirón.
Una forma de descubrir que la descripción no es lo mismo que la realidad que se describe.
Hormigas, abuelos, militares, cebras y trapecistas incitan al lector a dejarse sorprender por giros inesperados y en ocasiones, mensajes enriquecedores.
No se puede negar que el espíritu del coaching de Carlos Melero se deja ver en alguno de ellos, pero no nos llevemos a engaño, también aparecen asesinos, dramas y momentos de esperanza.
El libro está disponible a la venta en Amazon en formato tradicional y libro electrónico Kindle.
El trapecista
Se trata de una fábula sobre un niño que se emociona con la llegada del circo al pueblo y decide ir a ver cómo lo instalan. Como recuerdo se llevará un útil aprendizaje.
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El nombre del artista principal había cambiado, pero el circo no tenía dinero para imprimir nuevos carteles, así que pusieron un parche sobre la foto del antiguo trapecista.
Luis miraba el cartel y a sus ojos de niño no les importó este detalle. Le fascinaron los colores, las imágenes de las fieras y sobre todo aquel hombre que volaba sobre la pista. El trapecista.
Corrió a casa y anunció a sus padres la gran noticia de que el circo estaba en el pueblo. Estaba emocionado, pletórico. Se sentía lleno de energía, quería saltar y correr. De hecho, nada más informar a sus padres comenzó a correr, corrió hacia la explanada donde estaban montando las carpas. Quería desfogarse, quemar esa energía, llegar cansado y disfrutar del espectáculo de ver cómo se montaba un circo.
Sin aliento se acercó andando a los operarios que trabajaban tirando de cuerdas y transportando lonas.
Estaba en el circo y eso le hacía soñar. Soñar con viajar, con conocer mundo, nuevas personas, nuevos amigos, nuevas ilusiones. Y volar, como el trapecista. Se quedó de nuevo mirando el cartel que esta vez estaba sobre una mesa improvisada, junto a decenas de ellos. Todos anunciaban la llegada del circo al pueblo. Por fin.
Un chaval estaba sentado con dos montones de carteles. Los antiguos, a su izquierda, tenían la foto y el nombre de un señor con traje brillante que flotaba entre un columpio y otro; a su derecha …
A las trincheras
Una misma situación de tensión narrada por dos personas que no se comunican. ¿Cómo es la realidad cuando se ve desde dos puntos de vista distintos? ¿Cuánto cambiaría todo si las personas compartieran lo que ven? Es un relato escrito desde la inquietud del autor sobre la falta de comunicación en el día a día, ambientado en un conflicto bélico.
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Llevo una semana en la trinchera, y desde este punto veo sólo dos opciones, ir hacia atrás o salir y echar a correr hacia delante. En frente mío hay otra trinchera, paralela a esta, donde sé que hay alguien, y también sé que está solo. No quiero reconocerlo, pero creo que tengo miedo de las dos opciones. Dicen que la valentía sólo puede existir si hay miedo y al controlarlo es cuando demuestras tu valor, porque si no tienes miedo, no supone ningún mérito salir de la trinchera, es un simple acto de temeridad.
Pues bien, yo tengo miedo. Pero debo decidir.
La caja
Es un relato corto, cargado de simbolismo sobre la incapacidad de tener entusiasmo. La triste resignación de una persona que no consigue encontrar el interés suficiente en la vida para salir a vivirla. Hasta el día en que encuentra una misteriosa caja.
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La habitación era normal. Ni grande ni pequeña. O eso pensaba él, que no tenía con qué comparar. Prácticamente nunca había salido de allí, sólo miraba por la ventana. No recordaba cómo eran las cosas fuera. Sí sabía que antes estuvo en otros lugares y haciendo otras cosas, pero mucho tiempo atrás.
La cama estaba centrada, con el cabecero pegado a la pared. A su izquierda una ventana luminosa y al frente las típicas cristaleras de los hospitales, a través de las cuales la gente podía mirarlo del mismo que él los podía ver.
Un armario, un sillón, otra cama pequeña y un baño. Esa era su vida, desde pequeño.
No se lamentaba, pero tampoco veía razón para estar allí. La gente lo animaba y le decía que tenía que seguir y ser fuerte. “¿Para qué?” Se preguntaba. “¿Qué debo esperar de todo esto? ¿Por qué debo luchar?”.
Vuelta
Un desgarrador relato sobre el drama del Alzheimer y una familia que trata de ayudar a un enfermo que no reconoce ese estado. Una descripción de ambos lados, la desesperación de quien se ve encarcelada por su propia familia. Un final conmovedor capaz de arrancar una sonrisa y una lágrima al mismo tiempo.
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Hay quien asegura que la cara es el espejo del alma, y lo razonan porque, llegada cierta edad (que se sitúa en torno a los cuarenta) las facciones del rostro se han acomodado a lo que la persona ha querido transmitir al mundo por medio de su expresión durante décadas.
La expresión de Luisa parecía una mueca de desagrado permanente. Si una persona normal colocara sus dedos índices en la comisura de los labios y los empujara ligeramente hacia abajo, conseguiría dar forma a la boca tal y como ella la tenía cuando estaba relajada. Tenía los labios muy finos, y encorvados en forma de “U” invertida. La mirada, es difícil de describir, es como si estuviera a punto de regañarte por algo. Cuando la veías de lejos y te miraba, no podías evitar pensar que algo habías hecho mal y te lo iba a reprochar. Las cejas depiladas según la costumbre de su época hasta el punto de tener que pintársela para poder darles forma. Y los labios, de nuevo los labios, pintados por fuera de sus límites, intentando crear la falsa apariencia de unos labios carnosos que, lamentablemente, no tenía. Es como si siembre estuviera apretando la boca.
Siempre enfadada. Eso es lo que reflejaba el espejo que era su rostro. Llevaba enfadada unos cincuenta años y eso había provocado que, en lo que se suele denominar estado de relajación, cualquiera que la mirase pensara que estaba de mal humor.
La duda
El relato más complejo del libro. Asesinatos, engaños, dramas personales. ¿Qué pasa cuando la ambición se cruza con la inocencia y ésta encuentra el apoyo de la amistad despiadada?
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Una de las opciones que RENFE daba a sus empleados era la de cambiar parte de su salario por el uso de las viviendas que la empresa tenía en propiedad. Luis hizo los trámites apropiados para ocupar una de ellas en Soria. Su mujer se alegró mucho de la noticia. Tras la muerte de sus padres estaba sola y la ilusión de salir por fin del pueblo superaba a las dudas y temores que una persona normal tendría al mudarse a la ciudad con gente nueva y periodos de soledad mientras su marido viajaba en la máquina del tren de estación en estación.
– No dudaría, lo sabes.
Las palabras de Ernesto sonaban convincentes, pero Luis no estaba convencido. De hecho no estaba convencido de si quería hacerlo. El ofrecimiento de su amigo era interesante y lo debía tener en cuenta, pero no lo tenía nada claro. Era una opción, aunque no confiaba en que realmente fuese capaz. “No dudaría”, esas palabras retumbaban en su cabeza y chocaban con todas las dudas que tenía.
Luis podía escuchar el crujir de las maderas del tren mientras éste se movía lentamente sobre las vías, con una cadencia que incitaba al sueño, pero el silbar del viento entrando por los huecos de las ventanas y los misteriosos sonidos que el viejo vagón de madera emitía no le permitirían relajarse. Dormir no era una opción. Las dudas que jugaban con los sonidos de lamento de la estructura del