Si supiera arrancar de la cabeza las convicciones inútiles, iría de persona en persona ayudándolos a ser más felices.
Sufro viendo sufrir a la gente que quiero y a aquellos que aún no quiero pero voy conociendo.
Me duele doblemente el sufrimiento ajeno cuando veo que se debe a inútiles aprendizajes que no pidieron aprender.
Me frustra el triple cuando alguien que quiero vive en la impotencia de no poder quitarse de encima un peso que no necesita y no tiene más alimento que él mismo y su lucha.
Cada vez que una madre me da las gracias por lo que ha aprendido, pienso que algún niño crecerá con menos viscosidad.
La viscosidad que supone vivir en un mundo donde «lo que debe ser», «lo normal» y «como Dios manda» son kilos de chapapote que se adhieren al cuerpo y le impiden moverse, avanzar, respirar, mirar y disfrutar de todo lo que las personas tenemos a nuestro alrededor.
Siento la impotencia de no poder levantarme de la silla, entrar en la cabeza del adulto que tengo enfrente y arrancarle con una espátula sus certezas sobre cómo debe ser el mundo, para que descubra cómo realmente puede llegar a ser.
El ser humano es un animal que está años aprendiendo, esto le permite adaptarse a casi cualquier medio. Millones de personas con la misma base genética viven de formas muy diferentes en entornos y sociedades dispares. Pero ese aprendizaje se queda adherido y nuestras neuronas no suelen replantearse lo que es o no es, sino que tienden a aceptar lo que creen que debe ser.
Cuando las personas crecemos en esta sociedad, donde se nos educa de una forma y luego se nos da libertad para vivir en un mundo distinto a aquel en el que nos educaron, nos convertimos en seres autolimitados.
Lo veo a diario.
Tras cada «debo» puede haber una convicción que no te planteas.
Casi todo lo que «te pasa» te convierte en falsa víctima sin aparente capacidad de elección.
Porque pensamos que las cosas son como son. Aunque para cada uno sean de forma diferente, pero eso no lo vemos. Porque defendemos que realidad sólo hay una.
Estamos convencidos de que lo que es malo es malo y lo que es bueno es bueno. Pero nuestro vecino no ve tan malo lo malo ni tan bueno lo bueno y su mundo sigue funcionando. ¿Cuándo abriremos los ojos?
«Por mi culpa, mi culpa, mi gran culpa».
Nos vemos como culpables de lo malo que provocamos y como víctimas de lo que nos rodea.
Si yo pudiera. Echaría en el agua de las ciudades un liquido de esos que sirven para despegar el pegamento. Un liquido que sirviera para que las personas se cuestionaran lo que está bien y está mal.
Si las personas decidieran realmente por sí mismas este tipo de cosas, seríamos todos más felices. Tal vez con las mismas grandes pautas éticas y sociales, pero más conscientes de ellas y, sobre todo, sin esa gran cantidad de limitaciones que impiden volar a magnificas mentes brillantes que no saben que lo son porque alguien cubrió los espejos que reflejan ese brillo.
Veo a personas rechazarse a si mismas porque creen que no son como deberían ser y lloro por dentro, de verdad. Sufro de rabia e impotencia cuando alguien niega sus emociones porque cree que no son las adecuadas. Se culpan por lo que desean o por lo que piensan, como si pudieran controlarlo. Lo reprimen, lo ocultan y lo niegan, negándose a sí mismas.
Puede que al leer esto imagines a una persona que sufre mucho, pero esa persona también eres tú, porque no estoy hablando sólo de grandes dramas, también hablo de cachetes que nos damos a diario por ser malos. Esos también están ahí y también duelen.
Cuántas disputas personales, familiares, laborales, políticas, internacionales y bélicas se podrían resolver si aceptáramos que el fundamento inicial de muchas de nuestras ideas es que «las cosas son así, y punto». Es decir, que no tienen fundamento, sólo creencias.
La culpa por comer un bollo y el bombardeo de un hospital tienen en común que, en algún punto del hilo de pensamiento, las cosas son «así, y punto».
Pero el punto lo ponemos nosotros a partir de lo que nos ha sido inculcado. Esa ventaja evolutiva que nos permite adaptarnos a cualquier entorno es un problema cuando ese entorno cambia más de lo que podemos cambiar nosotros. Y ahora estamos en el cambio.
Miles de chavales estudian carreras para conseguir trabajos que no existen. ¿Nadie se ha parado a pensar que la gran mayoría de los universitarios de las últimas décadas no trabaja en algo relacionado con lo que estudiaron?
Pero, las cosas son así, hay que estudiar una carrera. Hay que estar guapa. Hay que recoger la habitación. Hay que ser generoso. Hay que desear el bien ajeno. Hay que aguantar al jefe. Hay que ser responsable de la felicidad de los hijos. Hay que bajar los codos de la mesa. Hay negar que te masturbas. Hay que casarse. Hay que no casarse. Hay que no tener hijos para demostrar tu libertad de elección. Hay que tenerlos para ser feliz.
Pues aquí va mi «hay que»: Hay que plantearse cada «y punto» para que puedas decidir si ese punto es tuyo de verdad.
Toma las riendas de tu vida, decide tus propios valores.
Un último mensaje para madres y padres.
Madres y padres, por favor, no carguéis la mochila de vuestros hijos con pesos innecesarios. Muchas veces creemos que les damos herramientas y sólo les estamos dando pesados lastres que nunca usarán.
Gracias por compartir en las redes sociales y por comentar. Me ayuda a dar más visibilidad a mi trabajo.
Me ha encantado.
Gracias Daniel.
Carlos, estas escribiendo unos articulos muy buenos. Me gustan mas que los de hace algún tiempo. Me parece ver ciera evolución que me encanta, por lo menos en la forma de plasmar tus ideas.
Un abrazo
Muchas gracias por tus palabras.
Hola Carlos:
Comparto plenamente lo que dices en tu artículo. Ya está bien de tanto sentimiento de culpa, que paraliza. Me gustaría quitarme la viscosidad de la que hablas y, por supuesto, no transmitirla a mis hijas. Para poder desprenderme de ella es importante pararme a pensar, dedicarle un tiempo a las razones por las cuales hago las cosas. Parar, eso es lo difícil, ya que pasamos por nuestros días de una tarea a otra, sin parar, sin pensar, sin sentir. Y, si al final del día somos tan afortunados de tener un rato libre, ¿qué hacemos? encender la tele y desenchufar nuestra mente. Por eso, mi propósito para el resto de mi vida es dedicar más tiempo a pensar y sentir y mirar por dentro a las personas y a mí misma, para descubrir que yo no soy ese chapapote que me envuelve, que soy mucho más.
Te felicito por la decisión y,sobre todo, felicito a tus hijos por lo que esto puede suponer para ellos.
A veces, mas que pensar, lo importante es cuestionarse. Y en eso te van a ayudar mucho tus hijos, cuando te pregunten el porqué de las cosas, pregúntaselo tú y escucha tu respuesta con pensamiento crítico.
Me ha encantado lo que has escrito, es cierto que vivimos muy condicionados por los «chips» que poco a poco la sociedad te va insertando sin que te des cuenta. Me has hecho recordar unas palabras que siempre repetía mi padre que falleció hace poco y que las usaba cuando la situación le sobrepasaba ….esto es lo que hay…pues eso, a veces cuando no puedes más y no sabes como encontrar la versión «buena» de lo que te está ocurriendo tienes la tentación de tirar la toalla. Entonces es el momento de respirar, parar , buscar los motivos reales que nos han llevado hasta esa situación y ser honestos con nosotros mismos. Gracias Carlos.
Muchas gracias por tus palabras. Me gusta saber que resulta útil.
Hola Carlos he acabado de leer tu artículo y me identifico mucho sobre lo que dices sobre la mente rígida!!…..siempre estamos a tiempo de evolucionar!! un abrazo grande!!
Me encanta!
Gracias Cristina