Cuando una persona es imprescindible significa que el resto de personas lo necesitan para hacer las tareas. He conocido a muchas personas imprescindibles aunque, la mayoría de las veces, eso era más una percepción que una realidad.
Hay otras personas junto a las cuales cada individuo es más. He tenido jefes que me han ayudado a ser mejor profesional. Hay personas que multiplican la valía del equipo en el que están. Cuando una persona es potenciadora, quienes están a su alrededor quieren que se quede porque ayuda a extraer lo mejor de cada uno.
Recuerdo con mucho cariño a algunas personas en concreto, líderes a quienes acudía buscando una guía para decidir yo, aplicando los criterios de su experiencia y considerando sus puntos de vista. Estos jefes-líderes, a veces me daban instrucciones, otras veces pautas y en muchas ocasiones me ayudaban a decidir por mí mismo y a aplicar mi criterio de forma correcta y alineada con los objetivos de la empresa.
Ya he comentado en alguna otra ocasión que el mejor equipo con el que he trabajado fue aquel en el que me permití delegar el protagonismo y ceder la capacidad de decisión, manteniendo la mirada del equipo en un objetivo común. Me siento muy orgulloso de aquella época en la que descubrí cómo se puede hacer que las personas den más de sí mismas y lo hagan a gusto. Además, resultó ser más sencillo que tratar de hacerme imprescindible.
Sería algo así como compartir el “para qué” y ayudar a cada persona a encontrar el “cómo”.
Es relativamente sencillo hacerse imprescindible, pero resulta mucho más complicado hacerse deseable. Aunque, curiosamente, a veces lo primero requiere más esfuerzo que lo segundo.
El buen jefe es valioso, y el líder hace más valiosas a las personas que lo rodean.