Creo firmemente que enfrentarse a la vida con una actitud positiva resulta muy práctico. Y esto, mal gestionado, también puede ser desastroso.

Enfrentarse a las situaciones desde el punto de vista “seguro que sale bien” puede generar una energía poderosa y anima a la acción. Ayuda a las personas a enfrentarse a ciertas situaciones. Pero si no estamos preparados para que no salga bien, puede generar una situación de desamparo o desespero difícil de manejar. Las personas se pueden encontrar en un contexto inesperado y para el que no están preparadas.

El positivismo mal entendido incita a pensar que las cosas siempre van a salir bien. Y el negativismo nos sitúa en el punto en que seguro que sale mal.

El positivismo bien entendido es un punto intermedio en el que ponemos foco en lo bueno, en la esperanza y en las buenas energías, sin cerrar los ojos ante el hecho de que también puede salir mal.

Es, como ya tantas veces he mencionado, poner la red del trapecista.

Huir del discurso positivo total

Imaginemos a un entrenador de un equipo deportivo. Él sabe que ganar 7 de cada 10 partidos sería un resultado estupendo al final de temporada. Sabe que perder 3 de cada diez es algo normal y ganarlo todo es imposible. Sin embargo, antes de cada encuentro anima a sus jugadores diciéndoles que ese día ganarán. Sabe que no ganarán todos los partidos, pero en cada partido transmite la certeza de que van a ganar. Resulta contradictorio. En este contexto es algo que los adultos conocen. Entienden el concepto de motivación y no se sentirán engañados. Se dejan llevar por la energía positiva de forma voluntaria, porque es lo que quieren.

El problema es que esto no sucede igual con una persona que está aprendiendo las reglas del juego según juega. Si el entrenador dice que van a ganar, es porque van a ganar y si pierden es que algo no funciona.

Creo que decir a las personas que todo va a salir bien puede animar y en ocasiones se puede decir que es lo que necesitan. Pero yo lo comparo a un vaso de licor. No hace que los problemas desaparezcan, sólo que no importen. A veces esto es bueno, pero como costumbre es dañino.

Hay momentos en los que alguien necesita que lo abracen y le digan que todo saldrá bien. Es necesario para aliviar su angustia y permitirle comenzar a trabajar en ese futuro esperanzador.

El problema surge cuando esto se hace ante cada partido de futbol, cada examen, cada entrevista de trabajo, cada día de playa (para que haga sol). Repetir con insistencia este mensaje sólo sirve para que pierda su validez.

Cuando los padres les dicen a los hijos que algo va a salir bien y lo hacen repetidas veces, tengo la sensación de que están evitando enfrentarse al problema de manejar que no sea así. Creo que les resulta más sencillo transmitir positivismo que ayudar a un hijo a enfrentarse a un futuro incierto. Y me parece que algunas personas abusan de esta postura.

Ante una situación complicada, parece más sencillo transmitir ánimos que manejar el peligro de fracaso. A veces, las consecuencias de que algo salga mal son tan malas, que nos escudamos en el positivismo para no ayudar a afrontar una situación potencialmente negativa.

Insisto en que sí estoy de acuerdo en que el positivismo es muy bueno para la acción, pero hay que medirlo adecuadamente.

Desmontando el discurso negativo

En una situación en la que queremos ayudar a alguien que tiene un discurso negativo, porque piensa que algo va a salir mal, una conversación positiva se centrará en desmontar los argumentos negativos y en buscar los positivos.

Entiendo que la reacción de quien lo quiere es la de animarlo y lo más habitual es intentar que vaya al punto de vista optimista, pero esto no debe hacerse por imposición sino por acompañamiento.

Un discurso negativo suele ser también muy subjetivo. Se trata de ayudarle a razonar sobre los motivos que le incitan a pensar que va a salir mal para que se los cuestione y ayudarle a encontrar motivos para pensar que puede salir bien. Con cuidado. Buscando el equilibrio. Evitando el “seguro que…”

También se puede ayudar a la persona a manejar las consecuencias de que salga mal con la doble intención de que se sienta mejor al ver que lo puede manejar y que es posible que no sea tan malo como pensaba.

Por lo tanto, cuando nos comunicamos con alguien negativo, que piensa que todo le va a salir mal, podemos ayudarle a buscar en qué se apoya para emitir esa tesis. Qué argumentos reales tiene, acompañarlo (no convencerlo) y descubrir con él si son argumentos sólidos.

También podemos ayudarle a buscar argumentos contrarios (es decir, positivos) y a discurrir maneras de contrarrestar las consecuencias.

Como ya he dicho antes, es importante hablar desde la curiosidad y no desde la certeza. Hablar desde la certeza sería tener en la mente “Seguro que sale bien” y hablar desde la curiosidad es hacerlo mientras pensamos “¿Qué argumentos tendrá él/ella para ambas opciones?”

 

Cuestiona lo negativo y busca lo positivo, todo existe y ambos deben convivir.

No se trata, por lo tanto, de convencer de que algo saldrá bien, sino de conseguir que dude sobre si saldrá mal.

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