Supongamos que sabes todo lo que va a pasar en cada momento. Tu vida es tan previsible que sabes que tu trabajo va a ser aburrido, que tus compañeros te van a tratar igual que ayer y que en tu casa va a pasar lo de siempre.

Si todo lo tenemos tan claro ¿Es posible que no nos permitamos ver las pequeñas cosas que podrían suponer grandes cambios? Esas que son diferentes, pero que al no encajar con lo que “sabemos” que va a suceder, no las vemos.

Si el tráfico camino del trabajo nos pone nerviosos y sabemos que nos va a poner nerviosos hoy y lo hará mañana ¿Qué posibilidades estamos habilitando para que no sea así?

Si sabemos que nuestro hijo va a sacarnos de nuestras casillas hoy igual que lo hizo ayer ¿Qué poco hará falta para que suceda?

Esto hace que nos creamos nuestra propia versión de las cosas, ya que siempre será correcta a nuestros ojos. Según nos sumergimos en este mar de hechos confirmados, nos puede resultar más complicado describir lo que nos rodea sin incluir nuestra opinión. Cuando estamos envueltos en un trabajo aburrido y queremos describir algo que ha sucedido, es muy posible que lo hagamos de forma que además carguemos el relato con nuestra opinión.

Es algo parecido a cuando un humorista sale al escenario y sin decir nada el público ya se ríe. Es tal la expectativa que hay y la certeza de que va a ser gracioso, que no hace falta que haga nada, simplemente sucede. Algo que no habría pasado si no conociéramos al humorista, aunque hubiera hecho exactamente lo mismo.

Hilando con lo que decía ayer en esta misma página: ¿Puede ser que esto mismo esté pasando cuando entablamos una conversación con alguien a quien ya hemos encasillado?

Cuando en nuestra vida nada cambia tal vez sea porque no estamos viendo esos cambios.

Si nos erigimos en profetas de nuestra propia vida, la profecía se cumplirá, porque veremos que sucede aquello que sabíamos que iba a suceder.

Por todo esto, cuando nos enfrentamos a un problema en nuestro trabajo o en nuestra vida personal que queremos resolver pero parece irresoluble, puede resultar de gran utilidad explicar nuestro punto de vista al coach para que él nos ayude a eliminar la carga subjetiva de nuestro relato y separar la profecía autocumplida de los hechos reales.

El coach, que está atento a lo que la voz transmite, ayuda a profundizar en esos puntos en los que la persona da por hecho que algo tiene un significado (totalmente predecible) y la acompaña en el descubrimiento de si es o no una opinión debidamente fundada.

El coach no sabe si es o no es cierto, sólo identifica las posibles fisuras en el relato y ayuda a la persona de determinar su relevancia.

Para complicarlo un poco más, añadiré que hay veces que el discurso de la persona dice una cosa pero transmite otra. Hay veces que en voz alta decimos lo que ha sucedido y nuestra opinión al respecto, cuando realmente estamos inseguros ante esa opinión. Es como si nos sintiéramos incómodos por pensar cómo pensamos. En ese momento en el que el corazón dice una cosa y la mente otra, se produce un cambio que el coach puede percibir. Hay juicios que parece que tenemos muy claros pero que en realidad están tan infundados que a nosotros mismos no supone un relativo esfuerzo decirlo en voz alta. Aunque no seamos conscientes de ello.

Otras veces expresamos estas opiniones con tanta firmeza que parecen que necesitamos escucharlo para reafirmarnos.

Todos estos pequeños matices aparecen cuando explicamos un acontecimiento o describimos una situación.

El coach atiende al discurso hablado y al sentimiento que se deja ver. De esta forma muestra a la persona lo que la persona está emitiendo pero no ve. Es como si pudiera mirarse a un espejo y ver reflejado lo que transmite pero no dice.

¿Te gustaría una conversación así?

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