No es lo mismo verdad que certeza. Podemos estar muy convencidos de algo y actuar en base a eso, pero no tiene por qué ser cierto. La certeza es el acto de estar absolutamente convencidos de que algo es cierto. La realidad es lo que realmente es. Cuando estamos equivocados (aunque convencidos) estos dos elementos no coinciden. A veces nos damos cuenta con el tiempo y a veces no.

Casi cualquier cosa que pensemos puede estar equivocada, cualquier cosa que veamos puede que no esté allí o no sea como la vemos. Casi cualquier interpretación está sujeta a versiones.

Conozco a una persona con un problema de visión que veía cosas que no estaban allí. Si miraba a alguien caminando, cuando dejaba de verlo, su cerebro seguía componiendo la imagen, como si estuviera allí. Él no sabía que esa imagen no era cierta, porque lo estaba viendo. El hecho de ver no lo provee el ojo, sino el cerebro. Nuestro cerebro interpreta las señales y decide qué significan antes de pasar esa información a la consciencia.

Nos mentimos constantemente, mucho más de lo que imaginamos.

Cuántas veces nos hemos sentido mal por interpretar erróneamente algo que era evidente y hemos utilizado esa certeza para actuar desde la seguridad. Aguantamos una situación incómoda y acabamos estallando justo cuando no debemos.  Vemos maldad en las palabras de quien consideramos malo y vemos buena intención en las acciones de quien consideramos bondadoso.

Si todo puede ser cierto, falso, diferente o interpretado ¿Cómo podemos actuar desde la certeza?

La certeza es más una decisión que un hecho. A veces decidimos dar algo por cierto para poder actuar, aunque sabemos que no es del todo correcto.

El efecto péndulo (pasar de un extremo a otro) puede hacer que, una vez aceptado que lo que creo cierto puede no serlo, pasemos a no ser capaces de actuar por miedo a no tener la información o las conclusiones correctas.  La conclusión a la que llego es que debemos actuar con la información que tenemos y saber que nos vamos a equivocar. Nos vamos a equivocar porque nos faltará información, porque la información que tenemos es falsa o porque la interpretamos mal.

Podemos actuar por reflejo inconsciente. Si nos pinchan sin darnos cuenta, retiramos el brazo. También podemos controlar de forma consciente algunas reacciones, para permitir que nos extraigan sangre.  En las relaciones personales podemos poner el modo automático sin darnos cuenta y juzgar de una u otra forma las actitudes de otros en base a la idea que ya tenemos de ellos. Esto es malo. Esto es bueno. Esto es un problema y es necesario. Todo al mismo tiempo.

Es malo porque nos impide analizar de verdad lo que está sucediendo y decidir en cada momento en base a ese contexto, es lo que llamamos un prejuicio.

También es bueno, porque nos permite actuar rápidamente y no saturar la mente.

Nuestra mente consciente tiene una capacidad de discernimiento limitada, como un ordenador, tiene una capacidad de procesamiento finita. Necesitamos poder delegar muchas cosas al inconsciente, la memoria y el instinto. Nadie piensa en los músculos que mueve para sonreír y, sin embargo, sonreímos.

Necesitamos ser capaces de procesar una gran cantidad de información en tiempo real y reservar el pensamiento consciente para algunas cosas (no necesariamente las más importantes).

Como si se tratara de un entrenamiento deportivo, la mente va validando decisiones y con el tiempo sabe que escuchar el claxon de un coche es motivo para poner los músculos alerta igual que, sin necesidad de analizar la situación, sabe que escuchar el andar pesado del jefe desde el fondo del pasillo significa algo parecido.  Lo que, por cierto, genera una respuesta física cuando la necesidad es intelectual, pero de esto ya hablaré en otro momento.

La mente (sin preguntarnos) va sacando conclusiones que nos limitan al mismo tiempo que son imprescindibles. Necesitamos actuar con la información que tenemos en cada momento en base al tiempo que tenemos para decidir en cada momento.

Y nos vamos a equivocar.

Necesitamos admitir que nos vamos a equivocar o nunca actuaremos. Necesitamos escuchar a la intuición y actuar sin justificación suficiente. Y nos equivocaremos.

La ventaja es que podemos, de forma consciente, observar cuando estamos decidiendo antes de lo que es necesario (prejuzgando) y cuando estamos tardando demasiado (bloqueo). Desde la consciencia podemos actuar y aceptar que en algún momento hay que actuar y que algunas cosas poco relevantes podemos dejarlas a la emoción, porque la inversión en procesamiento consciente no merece la pena.

Podemos observar nuestro comportamiento y aceptarlo. Si no nos gusta, podemos cambiarlo. Pero no invirtamos energía en juzgarlo. “Soy idiota porque hice….” requiere más energía que “Hice algo que quiero corregir para el futuro…” .

Admito que soy imperfecto/a y que me equivoco. Me equivocaré. Puedo dedicar mi energía a castigarme por ello o puedo aceptarlo (como si me respetara) y pensar en aprender para la próxima vez.

En resumen:

O te equivocas, o te bloqueas.
O te castigas o aprendes.

Tú eliges.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *