Este tema, como tantos otros, no hace referencia sólo a padres e hijos, sino a personas. La familia está compuesta por individuos a los que hay que respetar y que están en un momento de su vida que también hay que respetar.

Un adulto de 25 años es una persona con sus conocimientos y su experiencia. Es alguien que ha terminado sus estudios, que ha podido votar para decidir el gobierno de su país un par de veces y cuya opinión es tan válida como la de cualquier otro.

Es posible que una persona de 50 años vea a los chavales de 25 como gente con entusiasmo y que poco saben de la vida y lo que les espera. Son jóvenes, con ilusiones y aún tienen mucho que aprender. Quieren hacer muchas cosas, pero les falta mucho conocimiento. Un adulto de 50 años tiene ese conocimiento y es posible que en algunos momentos lo intente transmitir y también es posible el joven no se permita a sí mismo escucharlos.

Por otro lado, un chaval de 15 años tiene un punto de vista algo distinto, ya que un adulto de 25 es un referente en ciertas cosas, es posible que ese adulto en vaqueros pueda hacer ciertas actividades que al quinceañero le gustaría replicar, pero no le está permitido. Mientras, la persona de 25 mira al chaval de 15 como un niño y al de 50 como un viejo. El niño no sabe nada del mundo y el viejo está en otra época.

Si todas estas personas piensan que están cada una en un punto de su vida que es “el bueno”, desde donde se ven las cosas con más claridad y todos los demás están en otro momento, menos bueno. ¿Cómo se van a relacionar?

Pocas veces serán las que alguien de 18 años atienda a una persona de 50 como si esta última fuera un prójimo con importante sabiduría que compartir. Creo que esto puede suceder, cuando el adulto de 18 sienta que el otro adulto de 50 le habla desde el respeto y el entendimiento.

Ya sea por diferencia de edad, de cultura o de generación, si una persona siente que la otra no lo comprende, no aceptará sus consejos, porque los emite desde una realidad que no es la que el primero está viviendo.

Supongamos que una persona de 25 tiene un problema con la empresa, que le está pidiendo que trabaje más y él siente que lo están explotando. Movido por la inquietud, comparte esta preocupación con su padre y éste le recuerda que cuando él era joven se trabajaba lo que hiciera falta para subsistir. Es muy probable que si el hijo siente que el padre le está hablando como si esta situación estuviera sucediendo 30 años atrás, su reacción sea “no me entiendes” y por lo tanto, si no ha entendido la situación, su consejo no es válido. Puede ser bueno por casualidad, pero no está basado en el problema real.

Esto es lo mismo que si el padre comparte con el hijo una preocupación sobre la posibilidad de que lo echen del trabajo. Es casi seguro, que salvo que exista una relación especial, el consejo del hijo estuviera más orientado a qué haría él o qué pensaría él si estuviera en esa situación.

Es el mismo caso que si un chaval de15 años tiene problemas con las chicas y su madre le dice que no se preocupe, que ya encontrará novia, que no tenga prisa. Esa postura es el punto de vista de la madre, para ella no tiene sentido la prisa, es a ella a la que le da igual que el primer beso de su hijo sea con 15 o con 16, todo es normal.

Todas estas situaciones llevan al mismo punto: “Como no has comprendido mi situación, no atenderé a lo que me digas sobre ella porque no me entiendes”.

Uno de los grandes problemas en estos ejemplos es que los interlocutores no se dan cuenta de lo que sucede. Pocas veces oiremos algo tan sencillo como “Prefiero que me digas tu opinión cuando yo sepa que has comprendido mi situación.”.

Y sin embargo, esa es la clave.

Podemos caer en el error de creer que no es necesario comprender más la situación del otro porque damos por buena nuestra amplia experiencia, cuando sabemos que nuestra sabiduría es suficiente para resolver la situación, entonces hablamos desde la posición de experto.

O podemos pensar que sabemos qué siente la otra persona, porque estamos sintiendo “algo”. Esa emoción que nos conmueve, es nuestra y desde ahí hablamos. La madre puede sentir algo al escuchar a su hijo lamentarse de su situación con las chicas, pero eso no significa que sea la misma emoción que siente él. Ella puede sentir la tristeza de su hijo y éste puede que lo que realmente esté sintiendo sea desconcierto.

Si una persona de 17 años se queja de algún profesor, es muy normal que los adultos le digan que lo mejor es pasar el trago y hacer lo posible por terminar el curso. Es una respuesta que tiene sentido, sobre todo para mí, que me considero entre esos adultos más preocupados por los gastos del colegio que por aprobar una asignatura de trámite. Pero ¿Qué está necesitando el hijo de 17? Puede que esté necesitando consejo o tal vez cariño o consuelo. Sea lo que sea lo que necesite, hay una cosa que es imprescindible para que la relación sea fructífera y eso es la comprensión.

Pero no comprensión desde el padre, sino comprensión del padre vista desde el hijo. Con esto quiero decir, que el padre o la madre deben esforzarse en comprender, que no es lo mismo que sentir. Voy a intentar explicarlo con lo que creo que puede ser el proceso normal en estos casos. Digamos que los pasos habituales o posibles son estos:

1)      El hijo tiene un problema con un profesor.
2)      Se lo cuenta a su padre.
3)      El padre comprende la situación.
4)      El padre responde.

Estos cuatro pasos, que parecen aceptables, suelen ser insuficientes. De hecho, son muy comunes y aún sí no generan un gran entorno de diálogo por sí mismos. Como explico más adelante, esto funciona bien cuando el contexto de relación ya ha sido creado satisfactoriamente, pero si no es así, es necesario incluir algunos puntos intermedios. Cuando escuchar al hijo y darle un consejo no genera la respuesta esperada, es posible que falten algunos elementos.

Sería más completo un proceso de estas características:

1)      El hijo tiene un problema con un profesor.
2)      Se lo cuenta a su padre.
3)      El padre quiere comprender al hijo y le pregunta más.
4)      El hijo le explica.
5)      El padre comprende la situación.
6)      El padre responde.

El padre (como adulto responsable de generar este diálogo) debe ser quien anime al hijo a sentarse y explicar lo sucedido, qué le preocupa y qué está sintiendo con esto.

Favorecer la comprensión

Para que esto funcione correctamente, hace falta atender a algunas claves:

a)      Sustituir la certeza por la curiosidad.
b)      Eliminar las opiniones en el proceso de comprensión.
c)       Comprender la visión sin aceptar el discurso.

El primer punto se refiere a la (muchas veces complicada) acción de no dar por hecho que ya sabemos lo que está sucediendo, o lo que está pensando, o lo que va a decir o por qué lo va a decir, etc. Aun en esos casos en los que la mayoría de las veces tenemos razón y al final “es lo que pensaba”, si el hijo percibe esa ausencia de certeza, está recibiendo respeto de la otra persona. Respeto por su opinión y por su interpretación de los hechos.

Si cultivamos esto diariamente, puede que lleguemos a conseguir que las explicaciones sean cada vez más cortas, porque la comunicación sea más fluida y confiada. Puede que el proceso sea como aquel de cuatro pasos. Digamos que cuando hay confianza en el respeto, si el chaval dice que se siente triste, no va a necesitar argumentarlo, porque ya sabrá que esto es aceptado por sus padres. Al principio costará más, sobre todo si es algo nuevo y por eso habrá que ir más despacio en el diálogo.

Siguiendo con el ejemplo, digamos que al comentario de “El de mates es idiota”, el primer error que hay que evitar es el de creer que ya sabemos qué está pasando. Porque si creemos saberlo todo, aunque sigamos el proceso, se va a notar “desde donde estamos hablando”. Los padres pueden responder con un “¿Qué ha pasado?” y dependiendo del tono empleado puede significar cosas muy distintas. Puede tener implícito un “Ya estamos otra vez” o puede ser un “Quiero más información”, todo depende de la entonación y eso es más fácil manejarlo cuando realmente queremos más información.

Esto es lo que significa sustituir la certeza por la curiosidad. No sólo al comienzo de la conversación, sino durante todo el diálogo y siempre que sea posible.

Cuando, desde la curiosidad, animamos a la otra persona a expresarse, conseguiremos mejores resultados que si lo hacemos como un interrogatorio o por puro trámite.

Otra de las características de una buena indagación es quitar las opiniones mientras estamos indagando. Está muy ligado a lo anterior, ya que “opinar” sobre lo que nos están contando suele significar que sabemos ciertas cosas con certeza.

Durante la indagación, debemos evitar generar una opinión, eso lo haremos después, cuando tengamos toda la información. Cualquier certeza sobre lo que nos comentan, implica dejar de preguntar. Esto puede parecer un ciclo sin fin y es algo que en algún momento debe terminar o nunca se llegaría a ninguna conclusión. Por eso, lo que propongo aquí es una actitud, la actitud de no aplicar nuestro criterio. El esfuerzo va dirigido a comprender lo que el otro interpreta, no a darle la razón. Por lo tanto, no es cuestión de que nosotros interpretemos lo que nos están contando, sino de comprender su punto de vista.

Y aquí llegamos al tercer punto, comprender sin comprar. Se trata de manejar la diferencia entre “comprender su visión” y “darla por buena”. Una cosa es haber asimilado qué está viviendo la otra persona y otra muy distinta pensar que tiene razón (según nuestro punto de vista).

Creo que esto es sencillo de comprender si nos imaginamos que a un niño de 3 años se le cae un helado al suelo. Para nosotros no es un drama y sabemos que en un rato se le habrá olvidado pero ¿Qué significa para él en ese momento? Podemos llegar a comprenderlo, sin necesidad de apoyarle en su llanto. De hecho, es normal que intentemos hacerle ver lo poco relevante de la situación o intentemos distraerlo con algo más interesante. En este caso, no será lo mismo hacerlo desde la comprensión que desde el menosprecio. Algo relativamente sencillo con un niño cuando se le cae el helado y no tanto con un adulto de 17 años que tiene un problema con un profesor.

Una vez alcanzado un buen nivel de comprensión, el adulto está en disposición de actuar (dando consejo, cariño o lo que decida). Lo que aún queda por conseguir, es que el otro interlocutor esté dispuesto a atender y aceptar la respuesta.

Confirmar la comprensión

Mientras una persona sienta que necesita seguir explicando algo, le va a costar escuchar la respuesta del otro. Por lo tanto, resulta muy útil hacer ver a (en este caso) el hijo, que lo hemos comprendido. Y eso no se consigue con un “te comprendo”. Para que la otra persona sepa que lo hemos comprendido, hay que compartir con él nuestra interpretación de su versión y asegurarnos de que son equivalentes.

Si aplicamos lo visto hasta ahora (sobre las certezas y la curiosidad) no se trata de “demostrar” que lo hemos comprendido, sino de “confirmar” si es así. Es decir, mantenernos fuera de la certeza y la opinión, manteniendo la curiosidad.

Podría quedar algo así:

1)      El hijo tiene un problema con un profesor.
2)      Se lo cuenta a su padre.
3)      El padre quiere comprender al hijo y le pregunta más.
4)      El hijo le explica.
5)      El padre comprende la situación.
6)      El padre explica lo que ha comprendido.
7)      El hijo confirma si es eso lo que está sucediendo.
8)      El padre responde.

Me he cuidado mucho de que el punto 7 esté escrito así y no “El hijo confirma que es eso lo que está sucediendo” ya que el matiz es muy grande, aunque pueda no parecerlo. Ya que si esperamos “confirmación” es porque pensamos que ya lo sabemos, pero si demostramos curiosidad por saber si lo hemos comprendido, estamos dando espacio a que la otra persona se exprese.

La clave aquí está en que la empatía quede demostrada. Es decir, el hijo confirma para sí, que el padre lo ha comprendido. Cuando el hijo confirma (porque así lo ha escuchado) que la interpretación del padre es correcta, será cuando esté dispuesto a atender lo que éste le diga.

En una relación excepcional, la compresión puede que se dé por supuesta. Es decir, si históricamente el padre ha ido demostrando que comprende las emociones y la situación del hijo, es posible que no necesiten grandes conversaciones para completar este ciclo. Si, por el contrario, la relación es más distante y se quiere mejorar, este proceso debe ser más explícito y lento.

Esto lo podemos ver si imaginamos a dos alumnos de la misma clase manteniendo un diálogo como este:

–   El de mates es idiota

–   ¿Por?

–   Por lo del parcial.

–   Ya. Pasa de él.

Aquí están esos 8 elementos que pudieran parecer a priori tan complicados. El primero compañero muestra una inquietud y el segundo curiosidad. Confían en que el contexto está entendido y el amigo propone una acción.

Por lo tanto, insisto en que esto no son pasos que se deban seguir uno detrás de otro (aunque tenerlos presentes pueda ayudar), se trata más bien de comprender las actitudes y desarrollarlas. Intentar seguir un guion puede ser complicado, pero interiorizar ciertas posturas y dejar que la comunicación vaya madurando, podría ser más sencillo.

Llegar a un modelo de confianza y relación en el que los diálogos puedan ser así de sencillos requiere haber creado un contexto previo. No cuento con que la relación padre-hijo tenga el mismo nivel de complicidad que el de amigos de clase, sólo ofrezco algunas pautas que pueden mejorarla cuando no es todo lo óptima que se desea.

Las claves se podrían resumir en:

Escucha desde la curiosidad, no des por hecho que sabes lo que te va a contar, permítele que se exprese y comparta contigo sus emociones y su punto de vista. Ten curiosidad por su versión.

Comparte lo que estás interpretando. Cuando pienses “te comprendo”, busca que la otra persona piense “sé que me comprende.”.

Una vez conseguido esto, la otra persona estará más dispuesta a escuchar y si le vas a proponer algo distinto a lo que está haciendo, al menos sabrá que lo haces después de haber estado en su piel.

Devolver sin reafirmar

Antes de terminar este apartado, quiero comentar una cosa sobre la devolución. Ya lo he comentado de pasada antes y creo que es tremendamente importante, sobre todo cuando queremos que haya un cambio en la interpretación o en las acciones de la otra persona.

A veces, el proceso de empatizar y entender se puede confundir con apoyar el discurso y esto no tiene por qué ser así. Durante el proceso de escucha, es importante que la otra persona sepa que estamos comprendiendo su punto de vista y eso no es lo mismo que estar de acuerdo con su interpretación.

Este detalle es crítico por muchos motivos. En el ejemplo puesto de la persona de 17 años, es posible que necesite un punto de vista distinto y eso será complicado de conseguir si al escucharlo, le vamos dando la razón. Si aparentemente damos por buena su opinión, eso reforzará su discurso.

Además, si tras haberle dado la impresión de que estamos de acuerdo con él, le ofrecemos una visión distinta, puede producirse una grieta en la confianza.

Por último, cuidar este detalle es útil para permitirnos escuchar algo que no nos parece correcto. Si escuchamos desde el interés por comprender a la persona y no desde la aceptación del argumento, será más sencillo seguir desarrollando la curiosidad.

No es lo mismo querer saber qué hace que nuestro hijo sienta eso por el profesor de matemáticas que pensar que nos está convenciendo de ello. Lo primero es curiosidad y lo segundo podría provocar rechazo y alterar el diálogo.

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