Hablando el otro día con mi amiga Helga, me comentó que según ella, debería tener un eslogan. Me pareció que podía tener razón. La idea de plasmar mi filosofía de coaching en una frase que sirviera como embajadora de mi trabajo resultaba atractiva.

En aquel momento tenía muchas cosas en la cabeza y varios proyectos en marcha, trabajaba muchas horas al día en mi nuevo proyecto y tenía una lista de tres páginas de tareas pendientes por hacer, así que no quería añadir una más: pensar en un eslogan.

No me puse a pensar en ello, no trabajé la posibilidad de buscar entre mis artículos o twits posibles eslóganes, pero me quedé con la idea.

A la mañana siguiente, ya tenía un primer esbozo y media mañana el eslogan tomó forma:

La realidad se descubre, el futuro se diseña.”

No sé si será así como se quede, pero no voy a romperme la cabeza con ello, dejaré que siga evolucionando por sí sola.

Hay ideas que se pueden dejar crecer sin necesidad de estresarse. Como si se tratara de una semilla, se puede plantar y dejar que ella sola germine. De vez en cuando se puede cuidar, enderezar, abonar, pero no requiere los cuidados de un bebé.

Muchas veces tenemos la costumbre de dedicar mucha atención (tal vez obsesión) al cuidado de una idea, como si se tratada de un bebé recién nacido. Mirándolo constantemente, cuidando de él, alimentándolo con frecuencia, enfocando nuestra vida hacia él.

Si tenemos que preparar una reunión o si queremos tomar una decisión, es muy habitual que hagamos el esfuerzo de sentarnos a pensar en ello. Podríamos dejar de hacer otras cosas o, lo que es peor, la necesidad de llegar a una solución podría invadir nuestra cabeza en algunos momentos en que deberíamos estar centrados en otra actividad. Nos distraemos, nos obsesionamos.

A veces, la dedicación es voluntaria por auténtica premura o porque creemos que si no lo hacemos así, estamos dejando de lado nuestro proyecto. Como si no nos importara esa decisión.

Pero existe otra forma de hacer crecer las ideas: dejarlas.

La mente humana es muy capaz de procesar sin necesidad de requerir de la atención permanente de la consciencia.

Por ejemplo, si decidimos cambiar de profesión, podemos esforzarnos en averiguar “¡YA!” a qué nos queremos dedicar o podemos “tomar nota” y dejar que nuestra mente vaya procesando.

O algo menos trascendente: si queremos cambiar el color de una habitación, podemos dejar que absorba ideas de nuevos colores según vamos paseando hasta que de repente “nos salte” uno y sepamos que ese color es una buena opción.

Podemos quedarnos con la intención de encontrar una nueva profesión y dejar que las ideas vayan viniendo solas al mirar a un artista callejero, al ver un informativo, al ver jugar a los niños en el parque, al observar qué nos gusta de nuestro actual trabajo…

Si no necesitas tomar la decisión mañana, es posible que puedas dar a tu mente la oportunidad de que te sorprenda.

Muchas veces me comentan algo así como “y ahora que lo tengo claro ¿Cómo lo hago?” y yo los animo a que dejen crecer las posibilidades por sí solas.

Ya sabes lo que quieres, no pienses en ello, permite que la idea germine. Dale la oportunidad de asentarse. No te obsesiones. Llevas años con este tema y ahora sabes qué quieres cambiar, no necesitas la respuesta ahora mismo. Has encontrado un nuevo punto de vista, deja que tu mente lo procese, que se adecue a la nueva realidad. Estas viendo las cosas desde otro punto de vista, antes de actuar, debes familiarizarte con el nuevo mapa.

Otras veces, estas ideas ni siquiera se hacen explicitas. En un proceso de coaching, las conversaciones dejan caer semillas a puñados. Algunas no germinan y otras, sin saber por qué, aparecen días después. Sonrío por dentro cuando una idea aparecida en una conversación se convierte en una acción dos o tres semanas después y la persona no es consciente de la relación entre aquellas palabras y las acciones posteriores. En ese momento “el problema se resuelve solo”.

Podría hablar de un ejemplo reciente de esto, se trataba de una relación laboral conflictiva. Durante la conversación pareció que la persona encontró una nueva forma de ver el problema, pero lo dejó pasar. Es como si aún no estuviera listo para verlo.  Una semana después me dijo que el problema se había resuelto por sí mismo, lo único que hizo él fue cambiar de actitud. Cambiar de actitud en una relación conflictiva es hacer mucho y ese cambio de actitud se debe a que la persona es capaz de ver las cosas desde otro lugar. No necesitó ser consciente de haber visto esa posibilidad, sólo la interiorizó como posible. Le rozó la idea de pasada y poco a poco fue creciendo, la mente se quedó con la duda “¿Y si…?” y no necesitó más. El problema, de repente, se resolvió.

Las ideas (explícitas o inconscientes) son pequeñas grandes posibilidades que no siempre necesitan laboriosos cuidados para crecer.

Mirar cómo crece un árbol no tiene sentido y te distrae de cosas que sí requieren tu atención.

Ya sea para crear un eslogan, cambiar la actitud o tomar una decisión, muchas veces es útil dejar que la mente procese a su ritmo, sin forzar y sin generar más estrés.

En un proceso de Coaching Realista Centrado en la Persona, el coach ayuda a esparcir estas semillas y es la persona quien se aprovecha de esa aparente “generación espontánea”. ¿Hablamos?

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